viernes, 10 de diciembre de 2010

XIII- Un día libre.

Bheril estaba ordenando las armas sobre la mesa cuando llegó a la pequeña buhardilla. No le saludó al entrar por no romper el silencio calmo que se instalaba en ese entorno cuando el elfo rubio hacia murmurar las hojas de las espadas al limpiarlas. Habían podido comprar nuevo equipamiento para ambos con las primeras pagas de Doménico, sobretodo para Bheril puesto que esa iba a ser su tarjeta de presentación. Iranion se sentó en una de las sillas carcomidas que eran parte del mobiliario con que les habían entregado la buhardilla, alzó ligeramente las cejas con cierta sorpresa cuando Bheril habló sin siquiera volverse.

- ¿Qué llevas ahí?

- Un libreto, he salido a buscarlo.

- ¿Sobre qué? – Su voz apenas superaba el murmullo de las armas, pero era mucho más grave, tranquila, parecía concentrado.

- Un baile de máscaras. Es una...

- Una obra de teatro. – Terminó por él, sonriendo y dándose la vuelta para apoyarse en la mesa. Llevaba el pelo suelto y la luz difusa que se colaba desde el exterior parecía apagarle el color. Estaba a punto de ponerse a llover. – De Anton Sommer.

- Si. He de releerla. Es más o menos reciente, nunca la han estrenado en Quel’thalas por ser de autoría humana.

- Es una pena, no está nada mal.

- No. La compañía Lordanesa va a estrenarla en Ventormenta, le han pedido a Doménico que realice los fondos de escenario a escasas dos semanas de la representación ¿Y adivinas qué?

- ¿Piensa usar el mismo en todas las escenas?.- Bheril se rió entre dientes e Iranion negó con la cabeza.

- Me ha dado el día libre. Tiene suerte de que no sea un inútil y me tome mi trabajo en serio por lo que voy a releer la obra para tenerla fresca en la memoria.

- Qué gran sacrificio por tu parte.

Iranion soltó una risa suave al levantarse y llevar la silla al lado del ventanal que daba al canal, frunció el ceño con desagrado al ver recortarse la prisión de Ventormenta en el recodo alejado de la confluencia de dos canales, por suerte no eran las vistas lo que le interesaba, si no la luz, y pronto las vistas dejarían de ser un problema. Abrió el libro y comenzó a leer, con el sonido del roce del lino sobre las hojas metálicas de fondo.

- Me hablaste una vez de esa obra, por eso la leí. – Interrumpió su lectura Bheril al cabo de un rato, mientras volvía a colocar las armas en sus vainas. – Viniste hace unos años con tu padre, justo cuando la estrenaron, estabas desolado por que sus obligaciones no os habían permitido asistir.

- A mi padre no le interesaba el teatro. Para él no era más que una pérdida de tiempo para distraer al populacho y alejar a la nobleza de sus obligaciones.

Bheril ladeó ligeramente el rostro, mirando el reflejo de Iranion recortado contra la luz grisacea a través del reflejo de la hoja de una daga. Dejó transcurrir unos instantes antes de retomar por donde lo había dejado.

- La cuestión es que querías verla, y ahora está en Ventormenta, y vas a pintar la escenografía. ¿Por qué no vamos al estreno?

- Es una representación organizada por una casa noble, dirigida en exclusiva a la nobleza, eso obviando el hecho de que las entradas más baratas rondan los cincuenta oros. El pretexto de la beneficencia es ideal para cobrar a precio de estreno una obra que lleva cinco años representándose.

Iranion seguía leyendo mientras Bheril le observaba a través del metal pulido, pensativo. Le dio varias vueltas a la hoja y la enfundó con un movimiento rápido en su cinto, volviéndose hacia él y haciendo tamborilear los dedos en el borde de la mesa al apoyarse de nuevo en ella.

- ¿Dónde se representa?

- En los jardines de la casa de lady Liona, es una de esas casas señoriales en la plaza de la catedral, la que tiene rosas en el escudo de armas de la entrada.

- Ah, si, la recuerdo. Está pegada al muro de la catedral.

- Aham, es un lugar privilegiado. – Respondió Iranion, en voz baja, inmerso en la lectura. Escuchó el suelo de madera crujir cuando Bheril caminó hacia la puerta y se echó la capa sobre los hombros. – Está lloviendo.

- Solo chispea. He de comprobar algo.

Iranion le despidió con un gesto de la mano, sin apartar la mirada del libreto. La buhardilla volvió a quedar en silencio cuando la puerta chirrió y despidió a Bheril con un quejumbroso crujido al cerrarse. Iranion siguió con la mirada a la figura que se calaba la capucha en la calle y emprendía camino sobre el pavimento de adoquines a buen ritmo. La lluvia comenzó a intensificarse a los pocos minutos de que se perdiera tras el recodo que conducía a la calle de mercaderes. Iranion suspiró y volvió a la lectura, pensando que su compañero tenía muy poca visión para elegir el momento en que salía a buscar trabajo.

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