viernes, 10 de diciembre de 2010

XIV - Lady Liona

Lady Liona raras veces lucía otro color en sus ropajes que no fuera el color profundo del vino y las rosas de sangre. Sus labios abultados siempre iban engalanados de ese color, que los convertía en algo parecido a frutos jugosos. Su anatomía curvilínea y voluptuosa quedaba definida y a la vez velada bajo los ropajes de terciopelo grueso y el ceñidísimo corsé de ballenas que convertía su escote en algo digno de admiración. El maquillaje disimulaba las arrugas que la edad había comenzado a imponer alrededor de sus ojos y de su boca y el colorete estratégicamente colocado le daba la apariencia de manzanas lustrosas a sus mejillas. Entró al taller como una brisa perfumada de rosas y plegó el paraguas para entregárselo al sirviente que la acompañaba, que lo llevó al porche del taller para que se secase. Doménico la recibió con una reverencia exagerada y sus aprendices, cinco humanos que permanecían tiesos como escobas tras él la saludaron con una inclinación de cabeza y la mirada gacha, nerviosos como colegiales en su primer día de trabajo.

- Milady, es un honor vuestra visita para nosotros. – Lady Liona se limpió la mano disimuladamente cuando Doménico besó su dorso con demasiado ímpetu y dejándole una sensación húmeda y desagradable sobre la piel. El pintor estaba sudando y parecía nervioso. - ¿Podemos ofreceros algo?

- Quiero ver el trabajo, señor Arnaudi, si es tan amable. Estoy ocupada y no puedo perder más tiempo del que ya he perdido en este asunto.

- Por supuesto, Milady. Venga a ver los bocetos, los hemos dispuesto para usted.

- ¿Bocetos? ¿Aun no habéis comenzado con los originales?

- Milady, un trabajo bien hecho y de calidad requiere una preparación minuciosa. Mirad, mirad el trabajo de los chicos.

Lady Liona se recolocó un mechón de pelo rebelde que se había desprendido de su redecilla, y caminó alrededor de las mesas observando los dibujos que se disponían ordenadamente sobre estas. Su gesto se fue volviendo frío conforme avanzaba de una mesa a otra hasta que llegó a parecer que había un clave tenso que le sujetaba la cabeza al techo y la impedía moverse con soltura.

- ¿Qué es esto Arnaudi?. El taller de Lissant podría haberme ofrecido lo mismo. Oh… de hecho lo hizo. Es un calco de cada una de las escenografías que se han hecho para esta obra.

Doménico sintió que la sangre le bajaba a los pies cuando la mirada de la noble se fijó en sus ojos, decepcionada y cargada de reproches.

- Milady, son solo bocetos, podemos cambiar lo que vos requiráis.

- ¿Cree usted que puedo perder el tiempo ideando la escenografía para la que voy a pagarle?. Está perdiendo el tiempo y no es algo que pueda permitirse en su posición, este trabajo os otorgaría un gran prestigio pero estáis dispuesto a echarlo a perder, por lo que veo.

Doménico miró a sus pupilos de reojo, con ese color en el rostro que denotaba el enfado y prometía broncas y algún que otro despido. Todo eso fuego pareció atemperarse cuando volvió la mirada a la noble y habló con voz temblorosa.

- Milady… tengo más bocetos para vos… esto solo son ideas iniciales.

- Veámoslos.

El rechoncho pintor se volvió e hizo un gesto a sus aprendices, que parpadearon sin entender muy bien qué pretendía, tragando saliva al ver cerrarse la puerta tras la noble dama que les observaba.

- ¡Vamos, vamos! ¡Sacad los paneles para la señora!

- Pero señor…

- ¿Es que no me habéis oído?

Dos de los jóvenes aprendices corrieron hacia el almacén mientras el resto rebuscaba en sus mesas los bocetos que habían ideado bajo las directrices del elfo. Los dispusieron sobre los tableros y se apartaron para que lady Liona pudiera analizarlos. Caminó en silencio de una mesa a otra y acabó por fijar la mirada en el tríptico esbozado a grafito y carbón que los aprendices habían dispuesto en el centro de la sala iluminada. Su mirada lo analizó largamente, y algo en su postura pareció relajarse cuando se acerco a observar los detalles de las arquitecturas.

- Es el salón de baile.

Liona asintió. No era la voz de Doménico, que se había quedado clavado en el sitio y pálido como si le hubiesen cazado robando en el mercado.

- Es un lugar en el que se fraguan misterios. La luz debe ser incierta, difusa.- Liona se volvió hacia el propietario de aquella voz atemperada y descubrió una mirada de ojos escarlata que lejos de mirarla ella se mantenía en el panel. - Es una obra de ficción, aunque esté basada en algunos hechos acaecidos en reinos humanos de la antigüedad, podemos tomarnos algunas licencias en las arquitecturas, provocar curiosidad en aquel que se asoma al entorno, preguntas como la procedencia de esas gentes, el mundo en el que se mueven en que las flores son fijadas a los capiteles por las manos de los constructores. Muchos conocen ya esa obra… necesitan verla de otra manera para que vuelva a emocionarles.

La noble se había quedado mirando al elfo como si fuera una aparición, con aquel ejemplo que representaba en si mismo entendía aun mejor a qué hacía referencia el elfo. Ella misma no había sido capaz de expresar correctamente lo que buscaba al volver a representar la obra, que no solo era un buen método para recaudar fondos para la catedral, si no una manera de reafirmarse como una mujer capaz de llevar a cabo proyectos como aquel sin la ayuda de su marido.

- E…es lo que busco. ¿Cuál es su nombre, elfo?

- Iranion Hojalba, es un honor conocerla, Lady Liona, su labor para con el patrimonio de esta ciudad es encomiable.

- Oh… gracias. ¿Son suyos estos dibujos?

- Los paneles, si. Los chicos se están esforzando también. Podremos tener los fondos listos a tiempo si vos estáis conforme con lo que veis.

- Lo estoy, por supuesto.

El elfo sonrió e inclinó la cabeza. Afuera estaba lloviendo y el barro ni siquiera le había manchado los zapatos y su cabello permanecía liso y seco, meticulosamente peinado. Ni ella ni Doménico le habían escuchado entrar, cerrar el paraguas y la puerta y apoyarse en uno de los pilares de la amplia sala mientras exponían su trabajo.

La noble parpadeó y se volvió hacia Arnaudi, retomando su expresión dura.

- Si era una broma no ha tenido gracia, me ha hecho perder el tiempo.

- Ruego nos disculpe Milady. Tendréis vuestros escenarios a tiempo.

Ella asintió y apartó la mano cuando Doménico intentó besarla. Su criado llegó y le tendió el paraguas cuando caminó hacia la puerta y se detuvo ante el elfo, que inclinó la cabeza para despedirla.

- Si promete tanto como parece… Le llamaré para que se una al proyecto de la catedral, señor Hojalba. Espero verle pronto.

- Será un placer, mi señora.

Liona volvió a asentir y desapareció por la puerta con un gesto airado, dejando un aroma residual a rosas y maquillaje en la estancia. Iranion sonrió a Doménico, que le miraba en silencio con la expresión de un cerdo enfurecido, si los cerdos podían adoptar expresión alguna. El elfo se inclinó con elegancia y volvió a su mesa, donde dispuso los materiales de nuevo mientras ignoraba la mirada ardiente de Arnaudi, que volvió a refugiarse en su estudio con un gruñido y los pasos apresurados. Los aprendices tomaron aire y se sentaron en sus mesas, mirando de reojo la puerta de Arnaudi, que no parecía dispuesto a esforzarse más de lo que lo había hecho en ese proyecto.

- Bien. Comencemos con los pigmentos…

XIII- Un día libre.

Bheril estaba ordenando las armas sobre la mesa cuando llegó a la pequeña buhardilla. No le saludó al entrar por no romper el silencio calmo que se instalaba en ese entorno cuando el elfo rubio hacia murmurar las hojas de las espadas al limpiarlas. Habían podido comprar nuevo equipamiento para ambos con las primeras pagas de Doménico, sobretodo para Bheril puesto que esa iba a ser su tarjeta de presentación. Iranion se sentó en una de las sillas carcomidas que eran parte del mobiliario con que les habían entregado la buhardilla, alzó ligeramente las cejas con cierta sorpresa cuando Bheril habló sin siquiera volverse.

- ¿Qué llevas ahí?

- Un libreto, he salido a buscarlo.

- ¿Sobre qué? – Su voz apenas superaba el murmullo de las armas, pero era mucho más grave, tranquila, parecía concentrado.

- Un baile de máscaras. Es una...

- Una obra de teatro. – Terminó por él, sonriendo y dándose la vuelta para apoyarse en la mesa. Llevaba el pelo suelto y la luz difusa que se colaba desde el exterior parecía apagarle el color. Estaba a punto de ponerse a llover. – De Anton Sommer.

- Si. He de releerla. Es más o menos reciente, nunca la han estrenado en Quel’thalas por ser de autoría humana.

- Es una pena, no está nada mal.

- No. La compañía Lordanesa va a estrenarla en Ventormenta, le han pedido a Doménico que realice los fondos de escenario a escasas dos semanas de la representación ¿Y adivinas qué?

- ¿Piensa usar el mismo en todas las escenas?.- Bheril se rió entre dientes e Iranion negó con la cabeza.

- Me ha dado el día libre. Tiene suerte de que no sea un inútil y me tome mi trabajo en serio por lo que voy a releer la obra para tenerla fresca en la memoria.

- Qué gran sacrificio por tu parte.

Iranion soltó una risa suave al levantarse y llevar la silla al lado del ventanal que daba al canal, frunció el ceño con desagrado al ver recortarse la prisión de Ventormenta en el recodo alejado de la confluencia de dos canales, por suerte no eran las vistas lo que le interesaba, si no la luz, y pronto las vistas dejarían de ser un problema. Abrió el libro y comenzó a leer, con el sonido del roce del lino sobre las hojas metálicas de fondo.

- Me hablaste una vez de esa obra, por eso la leí. – Interrumpió su lectura Bheril al cabo de un rato, mientras volvía a colocar las armas en sus vainas. – Viniste hace unos años con tu padre, justo cuando la estrenaron, estabas desolado por que sus obligaciones no os habían permitido asistir.

- A mi padre no le interesaba el teatro. Para él no era más que una pérdida de tiempo para distraer al populacho y alejar a la nobleza de sus obligaciones.

Bheril ladeó ligeramente el rostro, mirando el reflejo de Iranion recortado contra la luz grisacea a través del reflejo de la hoja de una daga. Dejó transcurrir unos instantes antes de retomar por donde lo había dejado.

- La cuestión es que querías verla, y ahora está en Ventormenta, y vas a pintar la escenografía. ¿Por qué no vamos al estreno?

- Es una representación organizada por una casa noble, dirigida en exclusiva a la nobleza, eso obviando el hecho de que las entradas más baratas rondan los cincuenta oros. El pretexto de la beneficencia es ideal para cobrar a precio de estreno una obra que lleva cinco años representándose.

Iranion seguía leyendo mientras Bheril le observaba a través del metal pulido, pensativo. Le dio varias vueltas a la hoja y la enfundó con un movimiento rápido en su cinto, volviéndose hacia él y haciendo tamborilear los dedos en el borde de la mesa al apoyarse de nuevo en ella.

- ¿Dónde se representa?

- En los jardines de la casa de lady Liona, es una de esas casas señoriales en la plaza de la catedral, la que tiene rosas en el escudo de armas de la entrada.

- Ah, si, la recuerdo. Está pegada al muro de la catedral.

- Aham, es un lugar privilegiado. – Respondió Iranion, en voz baja, inmerso en la lectura. Escuchó el suelo de madera crujir cuando Bheril caminó hacia la puerta y se echó la capa sobre los hombros. – Está lloviendo.

- Solo chispea. He de comprobar algo.

Iranion le despidió con un gesto de la mano, sin apartar la mirada del libreto. La buhardilla volvió a quedar en silencio cuando la puerta chirrió y despidió a Bheril con un quejumbroso crujido al cerrarse. Iranion siguió con la mirada a la figura que se calaba la capucha en la calle y emprendía camino sobre el pavimento de adoquines a buen ritmo. La lluvia comenzó a intensificarse a los pocos minutos de que se perdiera tras el recodo que conducía a la calle de mercaderes. Iranion suspiró y volvió a la lectura, pensando que su compañero tenía muy poca visión para elegir el momento en que salía a buscar trabajo.

XII - El maestro Arnaudi

Doménico Arnaudi era la antítesis de su idea de belleza. No podía aplicar un canon elevado en el caso de la raza humana, en su mayoría eran bajitos, tanto ellas como ellos tenían los hombros demasiado anchos, caderas excesivamente abultadas y rostros redondeados o demasiado angulosos en el caso de los hombres. Aquel que se hacía llamar su maestro tenía los ojos hundidos y unas bolsas desagradables de piel se le descolgaban debajo, sus carrillos hacían pensar en comida almacenada constantemente en su boca y la manera en la que movía la papada al hablar competía con los postres de gelatina al ser transportados. A este elenco de virtudes se le unía un discutible gusto por las casacas ajustadas en las que se embutía y cuyos botones siempre parecían a punto de saltar y sacarle un ojo a cualquiera.

Le costaba tomarle en serio, con su pelo oscuro y rizado atado a la nuca y su pose de noble venido a menos, tenía que hacer un esfuerzo considerable para atender a sus palabras cuando se dirigía a él con esa voz aflautada y mal modulada.

- La obra es dentro de dos semanas y el taller que estaba preparando el escenario ha sido despedido por no cumplir las expectativas de lady Liona. Nos visitará en un par de días y espero tener para entonces al menos un tercio de la producción terminado, si no veo buen ritmo acabareis pintando caricaturas en el barrio viejo.

Iranion arqueó ligeramente una ceja, observando al humano desde su mesa de trabajo. Le daban ganas de reír cada vez que aquel retaco pretendía infundir miedo en sus contratados, y lo más hilarante del asunto es que lo conseguía con la mayoría de sus aprendices, que se encogían tras las mesas y se afanaban en ponerse a trabajar.

- Señor Arnaudi, perderíamos menos tiempo si nos dijera cuales son las expectativas de lady Liona.

Doménico, que parecía tener prisa por volver a su estudio a seguir matando el tiempo mientras sus aprendices trabajaban por él, se volvió hacia el elfo, frunciendo el ceño con un gesto impaciente.

- La señora quiere calidad y buen acabado. Basaos en la arquitectura de la corte para los interiores y en la catedral para los exteriores. Elwynn servirá para el bosque de la bruja.

- Si me permite el apunte, señor Arnaudi, no ha dicho más que obviedades, todos queremos calidad y dudo que el problema de los talleres de Ventormenta esté en sus acabados. ¿No le preguntó acaso qué es lo que espera?.

- ¿Es que debo daros el trabajo mascado?. Aun estás a prueba, Hojalba, y mi paciencia tiene un límite así que limítate a trabajar en silencio y cumplir con tu trabajo o acabarás…

- Pintando caricaturas en el barrio viejo. – Sonrió, mirándole con la misma expresión tranquila que a Doménico le hacía sentir insignificante. El maestro tenía los mofletes rojos y pareció contener la respiración.- Tomaré eso como una licencia creativa.

-¡A trabajar!

Arnaudi desapareció tras la puerta de su estudio y los aprendices que ya habían comenzado a seguir las instrucciones del viejo pintor miraron al elfo de reojo cuando se levantó y se puso a desplegar los caballetes y preparar los paneles. Los cinco chicos que completaban el groso de los aprendices de Doménico ese año no dijeron una palabra cuando el elfo comenzó a hablarles con su acento suave y su aire orgulloso y minutos después todos estaban arrancando sus bocetos y tomando apuntes de los trazos que Iranion iba ejecutando sobre el panel en su caballete.

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Por un instante pensó que los carrillos de Doménico iban a estallar en llamas cuando salió de su estudio apestando a sudor y colonia barata. Iranion le observó de pie en el centro de la sala, ante los tres paneles en los que comenzaba a formarse una arquitectura de trazos de grafito y sombras de carbón. El elfo tenía la irritante costumbre desde que había llegado a su taller de trabajar sin necesidad de bocetos previos y mostrarle las bases de su trabajo minucioso con la barbilla alta y mirándole como si fuera consciente de su escasa capacidad para el arte.

- Eso no está basado en la catedral de Ventormenta.

- Es un entendido en arquitectura, señor Arnaudi.

Los aprendices se miraron entre si y cuchichearon, apiñados tras los paneles, el maestro pareció volverse de un tono más escarlata si cabe cuando se asomó a los bocetos del resto de sus aprendices.

-¡¿Qué diablos es esto?! ¿Columnas en espiral? ¿Capiteles con ornatos vegetales?. Eso nunca se ha visto en esta ciudad.

- Precisamente, señor Arnaudi. Al ojo le gusta que le sorprendan y en esta ciudad la mirada se acostumbra peligrosamente a las formas toscas.

-¡Eso a lo que tu llamas formas toscas es nuestro arte, elfo!

- Y es encantador, no me malinterprete.

Iranion le siguió con la mirada cuando se acercó alzando un dedo regordete hacia él, escuchó la risa sofocada de uno de los jóvenes aprendices de Doménico, que al igual que él debió encontrar harto gracioso ese gesto hacia un tipo que le sacaba más de una cabeza de alto y no mudaba su digna expresión por mucho que cambiase el tono de piel del maestro.

-¿Quién te crees que eres, Hojalba? No eres más que un aprendiz que ha venido aquí a hacer lo que se le dice.

- Soy un aprendiz, señor Arnaudi, eso es indiscutible. Todos aquí lo somos.

-¡Quita eso de mi vista! Quiero las arquitecturas basadas en Ventormenta como han sido siempre y tenéis todo el día de mañana para repetirlo. ¿Se me ha escuchado bien?

- Es difícil no hacerlo.

-¡Al demonio contigo! ¡Estás despedido!

Iranion observó el dedo amenazador ante su rostro y sonrió con un gesto cortés, apartando la mano rechoncha del maestro que le miraba con el rostro congestionado por la ira. Había una amenaza implícita en el ademán del elfo que le miraba directamente a los ojos y el pintor pareció atragantarse cuando se apartó y recogió sus cosas con una calma digna y absoluta.

- Nos vemos en un par de días.

El elfo se inclinó y salió del taller dejando tras de si un silencio espeso solo roto por el gruñido de descontento de Doménico, que tras el impulso inicial por romper los paneles los apiló y los arrojó al cuartucho donde aun esperaban las obras incompletas o desechadas. Iranion recorrió el camino de vuelta a casa, con la cabeza alta y la tranquilidad absoluta que otorga el saberse necesario. Solo había necesitado unos instantes para darse cuenta de que Arnaudi era un farsante, y el maestro era más que consciente del valor que unas manos como las suyas tenían para su taller. Dormiría más que tranquilo esa noche.

viernes, 15 de octubre de 2010

XI - Noches de Luna Negra.

Un graznido quejumbroso rompió la monotonía del silencioso jardín. Los pies descalzos se hundieron en la hierba alta, silenciosos, a través de los parterres de flores descuidados que comenzaban a ser devorados por la maleza. Se hincaron sus rodillas en el pequeño claro rodeado de magnolias y recostó sobre la hierba al pequeño halcón que portaba entre las manos y volvía a emitir un quejido angustioso. Sus labios musitaban con voz queda mientras cortaba las cuerdas que mantenían inmovilizado al animal, que comenzó a agitar las alas tratando de escapar.

- De la tierra no alzarás el vuelo.

El animal intentó picotear los largos dedos que le atenazaban las alas. Una mano femenina y ágil le aprisionaba contra el suelo, mientras la otra alzaba el pequeño puñal plateado y atravesaba una de las alas hasta fijarla en el suelo. El graznido volvió a elevarse, agudo y desesperado.

- La llamada de la sangre es más fuerte

De nuevo el quejido cuando la sangre salpicó el plumaje blanco de la otra ala. El halcón abría el pico afilado y parecía ahogarse, lanzando zarpazos con las patas libres ahora de la presa férrea de esa mano de mármol.

- Que el amor y que la misma muerte.

Los dedos como rayos de luna se extendieron y trazaron sus extraños arcanos sobre el ave que agonizaba clavada al suelo. El graznido se acalló, el pequeño pecho del animal subía y bajaba a un ritmo desacompasado y acelerado, los pequeños rubíes que eran sus ojos se fijaron en los de la mujer que parecía bailar arrodillada ante él.

- Estos que te condenan son puñales de anhelo.

La brisa perfumada levantó las plumas desprendidas, que se enredaron en los cabellos de tela de araña de la mujer que ahora alzaba otro puñal hacia el cielo sin luna en el que se cuajaban las estrellas, cerrando las finas manos en la hoja afilada. La sangre comenzó a gotear, roja y oscura, desde la punta del puñal grabado, manchando las plumas del pecho del halcón, que seguía observándola casi sin respirar.

- Y este que te ata es el amor traicionado

La sangre goteó sobre el pico del animal, colándose hacia su lengua y su garganta hasta rebosar. Los ojos abiertos fijos en ella, se agitó un solo momento y el pecho dejó de elevarse al compás de la respiración.

- El que te obliga a cumplir con tu hado.

Solo el crujido de la frágil osamenta rompió por un instante el silencio en el pequeño claro rodeado de magnolias. Las manos blancas aferraban la empuñadura del puñal de plata, clavado en el pecho del halcón cuyo pico seguía rezumando la sangre de esas manos. Sus ojos como rubíes se habían clavado en el cielo sin luna, del que habían desaparecido las estrellas como si se avergonzasen del sacrilegio que se cometía bajo su amparo.

Cubierta con el manto de la noche de luna negra, el hada de cabellos plateados rompió a llorar, regando el cadáver aun caliente de la noble ave con sus lágrimas amargas. Repitiendo el nombre que portaba su sangre en susurros desesperados que no obtenían ninguna respuesta. En cada Luna Negra volvía a llamar y maldecir, a romper y atar con todas sus fuerzas al ave que siempre moría bajo su puñal, al ave que atraía con sus cantos en las noches en que la Luna brillaba henchida como una madre benevolente, a la que alimentaba en creciente y dejaba consumirse de hambre en menguante, la que era distinta en cada ciclo pero siempre vestía ojos carmesíes y plumas blancas como la luna. A la que había llorado en demasiadas ocasiones.

Y una noche más quedó dormida y manchada de sangre, consumiéndose en su propio anhelo, sin obtener respuesta.

lunes, 11 de octubre de 2010

X - ¿Por qué lloras?

- ¿Por qué lloras?

Un susurro en la oscuridad, su propia voz tendiéndose, a tientas como sus manos. El suelo está frío y no es capaz de ver. El llanto femenino le estrangula el ánima, resuena en la estancia cargado de angustia, enredándosele en el corazón con una punzada de terrible miedo. ¿Qué ocurre?. Tiene frío, hace mucho frío.

- No… no llores. ¿Por qué lloras?. No sé donde estás.

El tacto suave de la piel curtida, zapatos blancos brillando a la luz de la luna, pasa los dedos sobre la superficie, tomando una bocanada de aire que le resulta insuficiente mientras enreda las manos en los velos de seda, tirando hacia sí.

- Ven aquí… no te veo… ¿Por qué lloras?

Una cascada de seda blanca cuando se arrodilla ante él. Porcelana mojada cuando extiende los dedos, que resbalan sobre las mejillas blancas. Sus ojos de plata le observan, empañados por las lágrimas, apagados de dolor. Los cabellos de hebras blancas le enmarcan el rostro en una cascada de luz de luna. Sus manos se extienden y le abrazan contra su pecho estremecido por el llanto.

- ¿Qué sucede… madre? ¿Por qué lloras? ¡¿Por qué lloras?!

Perfume de magnolias. Llanto suave y roto, puede escuchar su respiración entrecortada nacerle en el pecho, la abraza con fuerza, sosteniendo la respiración, ahogándose en la incertidumbre y en ese dolor que comienza a impregnarle por dentro como brea en llamas.

- ¿Por qué lloras…?

- Iranion… Iranion… Lo has hecho…

Se revuelve, intentando desprenderse de ella, apretando los dientes. Sus brazos son como cepos, cepos de cristal tintado. Cierra las manos en la seda de su escote, revolviéndose y empujándola, resollando. Las lágrimas le escuecen en las mejillas, se abren paso desgarrándole por dentro.

- ¡¿Por qué lloras?!

- Iranion. ¡Iranion!

Su voz, sus voces. Hay una sombra en el suelo con los cabellos derramados sobre el mármol blanco… blanco sobre blanco, vino que se derrama, dedos inermes sujetando una copa. El corazón le late deprisa, vuelve la vista al rostro pálido que le observa tras las lágrimas, su voz se ha endurecido.

- ¿Por qué lloras? ¡Despierta! ¡Iranion!

Parpadea. Toma aire como si acabase de surgir de entre las aguas negras de un estanque, fijando la mirada en el rostro preocupado que le observa, ojos azules como el mar en calma, pelo de miel líquida derramándose hacia él, y preocupación, angustia tras la mirada. Afloja la presa de sus manos, cerradas sobre la pechera del elfo que le zarandea.

- Bheril… ¿Qué…?. No me… déjame.

Lo intenta apartar, pero el elfo mantiene la presa férrea en sus brazos, le mira a los ojos.

- ¿Estás bien?

- Solo… no era más que una pesadilla. Suéltame… por favor.

Le ha soltado, y se vuelve hacia la vidriera que brilla con el reflejo de los fanales del canal, un árbol que extiende sus ramas vestidas de hojas azules y doradas. Se seca las mejillas, encogiéndose y cubriéndose con la sábana, dejando que el sueño le vuelva a arrastrar, con la sensación de tener el corazón rodeado de espino. Bheril le observa en la penumbra, le vela hasta que la respiración del elfo se vuelve pesada y constante y comprueba que el ahogado llanto no vuelve a producirse, que no se revuelve ni se araña, solo entonces se abandona al descanso, con la inquietud bulléndole en el corazón y una extraña angustia en la garganta.

IX - La casa de las tejas esmaltadas.

Las mañanas eran un hervidero de vida en Ventormenta. El casco antiguo era un río febril de actividad, donde uno debía abrirse paso entre porteadores y el incesante goteo de clientes y mirones que visitaban los talleres. De vez en cuando una comitiva avanzaba alrededor de una carroza engalanada de plumas y remaches de metal labrados, apartando a empellones a los transeúntes para que los nobles que viajaban en el interior no se sintieran demasiado apabullados por el gentío. Bheril tiró de su brazo antes de que uno de esos sirvientes con aires de caballerete empujasen a Iranion para apartarlo de la calzada, de nuevo se había quedado mirando las azoteas que sobresalían con sus enormes ventanales, asomándose a la calle con un aire vetusto y abandonado. Se apartó de un tirón y se alisó la camisa, mirando a su compañero con cierta expresión indignada:

- ¿Te gustan? – Preguntó Bheril, ignorándole y alzando la mirada clara a los pisos superiores de las casas que se apiñaban unas contra otras.

- Deben tener buena luz, pero esta calle es muy ruidosa, las forjas están cerca, y algunas parecen próximas a un estado de ruina.

Esta vez se apartó él mismo cuando la voz ruda de un humano le espetó en común que se apartara, Iranion le miró alzando la barbilla con esa mirada digna que contenía mil maldiciones y solía hacer callar a la gente. Los porteadores siguieron su camino y los elfos se apartaron del borde de la calzada para seguir calle arriba, dejándose llevar por la corriente humana y equina que abarrotaba la calle. Iranion siempre había odiado las multitudes pero se encontró saboreando ese momento desde una perspectiva que jamás había vivido, aquella que le otorgaba la libertad de no tener un lugar al que volver y no necesitarlo. Solo le quedaban dos oros en el bolsillo, tenían dos días pagados en la posada del Cerdo Borracho antes de quedarse sin blanca y lejos de asustarle aquella situación despertaba un extraño y agradable cosquilleo de excitación.

- No saben aprovechar bien el espacio, parece que las casas contengan la respiración para apretarse un poquito más entre ellas. Ninguna sobrepasa el tercer nivel y la ausencia de hechizos en la arquitectura les obliga a usar soportes materiales, lo que resta espacio. ¿No es maravilloso?, no hay magia por ningún lado, todos los portentos, cada roca tallada en la muralla con la que se protegen o los grabados en esa enorme catedral los han hecho sirviéndose de herramientas rudimentarias y sus manos. Es primitivo y… fascinante.

Lo estaba volviendo a hacer, hablar sin casi tomar aire y apretando el paso como si tuviera prisa por llegar al siguiente punto para asomarse a un lugar distinto. Todo era cambiante en esa ciudad, y las cosas ocurrían deprisa, tan deprisa que a veces tenía la sensación de que el tiempo se le escapaba y no era capaz de captar todos los detalles de lo que allí sucedía. Bheril se rió con suavidad tras él, cuando al fin detuvo el acceso de verborrea llevado por la imperiosa necesidad de dejar de respirar por la boca ante la bocanada de aire de perfume innombrable que subía desde los canales.

- Anoche estuve paseando y vi algo que te va a encantar.

Bheril se adelantó. El tránsito de humanos y mercancías siguió por el puente que cruzaba el amplio canal y ellos se desviaron hacia la derecha, bajo los enormes robles que ensombrecían el empedrado irregular y se agitaban con la suave brisa matinal al asomar sus ramas al canal. Por un momento el aire se volvió respirable. Bheril se detuvo en la esquina y alzó la mirada, Iranion siguió su trayectoria y observó la vieja casa que se alzaba ante ellos, sola en la esquina y sobre la cual se alzaba una especie de torreta de madera que miraba hacia el canal con el cielo reflejándose en un enorme ventanal.

- Vive una señora viuda, sus hijos hace tiempo que se fueron y su casa es demasiado grande para ella. Nos alquilará esa torreta por doscientos oros. – Iranion le miraba entre sorprendido e interrogante, con los brazos cruzados y ese aire analítico tan familiar.- Me invitó a tomar chocolate, es maja.

- Demasiado cerca del canal.

- Estuve comprobándolo, la brisa corre desde las montañas y en esta parte no hay vertidos, el agua está bastante limpia.

- Se ven las mazmorras. – Dijo señalando el edificio que se levantaba en la intersección de los canales, justo enfrente de la casa de piedra y madera.

- Pero tendrás luz desde las nueve de la mañana hasta la puesta del sol, es la zona más ancha del canal y las casas no proyectan sombra hasta aquí.

Iranion frunció el ceño y volvió a mirar la casa. Era de madera y piedra, lucía cuidada y los sillares parecían fuertes y bien tallados. Los ventanales estaban limpios y el tejado era de tejas de arcilla esmaltada, que brillaban con un vivo color rojo cuando el sol incidía en ellas.

- ¿Por qué es tan barata?

- Debí caerle bien a la señora Peterson. Está dispuesta a darnos un plazo para el primer pago.

- No será necesario.

- ¿Te han aceptado en ese taller?

- Aun no, pero iré esta tarde y lo harán.

La risa de Bheril resonó sobre el rumor del agua del canal cuando se puso en marcha, palmeando la espalda de su compañero que sonreía de medio lado. Nada podía ir mal… tenían sus propias manos y ellas les darían todo lo que necesitaban para comenzar esa nueva vida. El único inconveniente serían las vistas desde la nueva casa, pero Iranion, a pesar del poco tiempo que llevaban en esa ciudad, ya conocía el lugar exacto en el que solucionarían ese pequeño problema.

viernes, 10 de septiembre de 2010

VIII - Evasión

Siempre se prometía que no volvería a abusar del vino especiado y los licores en las fiestas. No le importaba acudir para contentar a su madre, estaba en edad de comenzar a pensar en su futuro, de acudir a las presentaciones en sociedad de las doncellas y disfrutar del tiempo de asueto que ofrecía la temporada primaveral. Pronto comenzarían las largas ausencias, los viajes a la isla de Quel’danas y las responsabilidades de un soldado de Quel’thalas, eso daba poco espacio a la preocupación por un futuro estable y la formación de un hogar que perpetuase la sangre de su casa. Bheril estaba más preocupado por que las piezas de su armadura lucieran bien y por mantenerse en forma, sabía que no estaba hecho para la vida de un noble… no del todo, pero aceptaba sus responsabilidades sin agobios, quejarse en su situación habría sido un insulto a Belore.

Pero no pudo evitar hacerlo al despertar con el aguijón de la resaca insertado en los sesos, como si un golpe seco entre los ojos le hubiese sacado del sueño pesado y profundo en el que se encontraba. Blasfemó y volvió a cubrirse con las sábanas húmedas, prometiéndose de nuevo no volver a probar el alcohol por refinado y caro que sea. La fiesta que cerraba la temporada primaveral siempre era la peor, y los Lamarth’dan tenían la cualidad de disponer las cosas para que desearas quedarte hasta el final con todas las consecuencias. Incluso Iranion había recuperado la sonrisa y se había pasado la noche luciendo sus encantos a su elegante manera, no entendía como podía beber y mantener la dignidad con tan insultante facilidad… tal vez tenía que ver el hecho de que lo que duraba una copa en manos de Iranion era lo que duraban tres en las suyas. Había sido una noche satisfactoria a pesar de que los compromisos sociales no les permitieran apenas dirigirse la palabra. Bheril había observado y algo en el porte de su compañero le indicaba que las cosas iban a cambiar. La prueba estaba en que no había hecho ninguna tontería.

- ¡Belore! Maldita tu presencia en los viñedos… - Volvió a blasfemar al verse de nuevo golpeado por esa sensación repentina. Levantó la cabeza y se pasó la mano por los cabellos enredados. Le dolían los músculos y no recordaba como había terminado la noche, pero eso no era nada nuevo. La nueva punzada le hizo cerrar los ojos, y escuchó un crujido como de cristal al quebrarse. Parpadeó, pensando que era imposible que ese sonido proviniera de su cabeza, y volvió la mirada a las cortinas tupidas que impedían la entrada del sol. Se levantó y descorrió los cortinajes, entrecerrando los ojos al esperar el escozor repentino del sol, pero apenas se adivinaban los velos malva del amanecer en las montañas. Bajó la mirada y arqueó las cejas al ver a una figura embozada, lanzando piedras a su ventana. Abrió y apenas pudo esquivar la piedra que iba dirigida a su ventana.

- ¡Eh! ¿Qué demonios haces?.- Iba a vestirse y a bajar para darle una paliza al gamberro cuando este dejó caer la capucha y el cabello blanco se derramó sobre sus hombros. Iranion le sonrió desde su posición. - ¿Qué…?

- Vístete y vámonos, Bheril. ¡Se acabó!

Le miró perplejo, tapándose con la cortina al darse cuenta de que había salido desnudo a la ventana. Iranion debía estar borracho.

- ¿Qué dices?. Ni siquiera ha amanecido, deberías estar durmiendo la mona.

- ¡No!. Estoy muy despierto, Bheril. Quiero que me lleves a Ventormenta. Quiero irme contigo y es lo que voy a hacer. ¡Vámonos!

Le iba a estallar la cabeza. Tenía la sensación de estar soñando. ¿Qué clase de prueba era esa?. Iranion le miraba expectante, con la sonrisa que muestran los niños cuando están a punto de salir de excursión… solo le faltaba ponerse a dar saltitos. Le miró en silencio un largo instante, sujetándose la cortina a la altura de las caderas y con la cara de alguien que acaba de ser rescatado del reino de los muertos.

- Por Belore Iranion. Es una locura, estás loco. – Y ya se estaba dando la vuelta para buscar su ropa con premura, con toda la que podía con aquella resaca infernal, sin darle tiempo a su ralentizado cerebro a pensar en lo que estaba haciendo. Él predicaba sobre la importancia de las elecciones y ser fiel al propio corazón y todo eso… pues bien, lo estaba siendo.

- ¡Tu también!

Le oyó reírse y recogió la ropa con rapidez, embutiéndose en las prendas de cuero que usaba para salir de cacería. Vació la caja donde guardaba sus ahorros en una bolsa de terciopelo raído y bajó las escaleras a toda velocidad. Sin pensar, por que Bheril no pensaba cuando había decidido algo, cuando la oportunidad le aportaba la claridad meridiana que le hacía entender en que dirección se proyectaba su corazón. Iranion le tendió las riendas de su caballo, ensillado y arreado, y se montó en el suyo de un salto ágil y rebosante de vida.

- Somos libres Bheril. Ya lo sé.

Clavó espuelas y salió al galope por delante de él. Bheril le imitó, embozándose en la capa de ante oscuro y planificando el viaje mentalmente. Más tarde descubriría que Iranion no solo había marcado las rutas, si no que traía consigo víveres de sobra para un viaje de al menos un mes. Un viaje que se extendería y pondría a prueba las habilidades de ambos como guerreros en los caminos más peligrosos pero en el que dejarían claro que dos elfos armados pueden ser más peligrosos que cualquier panda de bandidos o asaltantes de caminos, a parte de tener mucho más estilo.

VII - Reflejos

Las primeras gotas de la tormenta se estrellaron contra los cristales del invernadero. Las luces difusas del jardín hacían parecer estrellas fugaces a las lágrimas de lluvia que se deslizaban sobre el techo transparente, un universo oscuro donde estallaban galaxias y se desintegraban al son de una percusión irregular. Olía a tierra mojada y al perfume condensado de un sinfín de flores exóticas, Iranion las había estado observando durante largo rato desde que huyeran del bullicio de la fiesta. Había reconocido la totalidad de las orquídeas que se cultivaban en el orquidiario, y conocía las características de muchas de las flores que estallaban por doquier en la penumbra del invernadero. Le gustaba aquel lugar, Bheril lo sabía y le dejaba deambular entre los tesoros de su padre, que vivía ajeno a las visitas de los jóvenes a su particular Edén. Siempre acababan refugiándose en ese rincón silencioso y perfumado, a veces ebrios del licor y el maná que corría en las petulantes fiestas de los Hojazul, otras veces, como esta, buscando el amparo del silencio.

- No ha sido un accidente.

La voz de Bheril se alzó sobre el susurro de la lluvia, que se estrellaba con insistencia contra el vidrio como si intentase alcanzarlos. Iranion observó en silencio las extrañas amapolas del terrario ante el que se había detenido. Parecía un espectro teñido de cian, una presencia blanca que parpadeaba cuando la luz del exterior se colaba entre el ramaje de los árboles del jardín. Apenas se movía y mantenía un brazo doblado y oculto bajo la capa de bordados plateados. Pasó una eternidad hasta que negase con la cabeza, fijando la mirada orgullosa en los cristales. Bheril había visto el maquillaje en su rostro y no necesitaba ningún signo físico para reconocer las heridas que ningún artificio pueden cubrir, no en su compañero.

- ¿Alguna vez has sentido que no existes?

Bheril arqueó las cejas, chasqueó la lengua y negó con la cabeza, acercándose al elfo y apoyando los codos en el borde de piedra del terrario. Le observó a través del difuso reflejo del cristal.

- ¿Alguna vez has sentido tú que lo haces, Iranion?

Negó con la cabeza. El destello repentino de un rayo hizo desaparecer sus rostros del cristal, el jardín se iluminó un instante y el rumor de un trueno lejano rompió la monotonía del repiqueteo de la lluvia. Bajó la mirada a las amapolas, cuyo aroma narcótico le cosquilleaba en las fosas nasales. El corazón de las Damas Carmesíes era un potente narcótico, incitaba los sueños más dulces y su beso engañoso podía hechizarte para siempre. Pensó en dormirse arropado por ese perfume, y no despertar.

- No puedo más. Esta vida no es mía…

- Pues hazla tuya. Vive tu vida de una vez.

- No puedo. No es tan…

- ¿No es tan fácil? – Bheril se volvió para mirarle, sus manos se cerraron en los brazos de Iranion, le obligó a darse la vuelta para mirarle. El elfo apretó los dientes y contuvo el quejido cuando el dolor le atenazó el brazo roto, fijó sus ojos en los de Bheril, apretando los dientes.- Es tan fácil como elegir de una vez, Iranion. Elegir mirarte en tu maldito espejo y en ninguno más… el resto no son más que quimeras.

Estaba cerrando las manos con fuerza, sabía que le hacía daño, y tenía ganas de zarandearle y gritarle. No podía soportar esa actitud, no entendía la pasividad y la aceptación de su compañero y estaba viendo un brillo peligroso en su mirada, un brillo que le asustaba. Ya le conocía y entendía más los silencios entre sus palabras que aquello que brotaba de su boca. Era capaz de rendirse, lo sabía.

- ¿No te gusta lo que ves?. Cámbialo. Mírate con sinceridad de una vez y acepta lo que deseas. Acéptalo o acepta vivir toda tu vida como un fantasma, Iranion. ¿Quieres eso?.

- Suéltame.

- ¡Despierta de una vez!.- Le zarandeó, como si así pudiera arrancarle de la pesadilla de la que se había enamorado. Pero los ojos de Iranion se cubrieron de un frío incandescente que ya conocía. Era como golpear una roca, un témpano inamovible. Le frustraba. Le soltó, y el ímpetu casi hizo caer al pálido elfo, que se agarró del terrario para no venirse abajo, apretando los dientes al morderse el gemido de dolor. – Por una vez, piensa realmente en los demás antes de hacer ninguna gilipollez. A algunos nos gusta lo que vemos.

Los pasos se alejaron. El rayo volvió a destellar, el trueno ahogó el portazo y solo quedó el susurro de la lluvia y su canción monótona. Iranion fijó la mirada en las Damas Carmesíes que parecían sonreírle con sus pistilos. Las arrancó como justo castigo a su burla y observó el reflejo desvaído de su rostro en el cristal.

-Tan fácil como elegir…

Un revuelo de pétalos salpicó el suelo de rojo cuando los pasos decididos del elfo cruzaron la estancia y la abandonaron al silencio.

VI - El Jardín Desvelado

Labios abiertos… la miel se derrama por su garganta, saliva espesa que pega al paladar el sabor del aroma residual de las rosas. Liba con dedicación entre los pétalos abiertos de esa boca ávida de la que escapa el aire en un hilo entrecortado. La luna resplandece henchida, reinando en un cielo cuajado de estrellas al que ninguna nube enturbia, su luz se derrama sobre el jardín, sobre las fuentes y los canales que brillan como venas de plata, sobre los amantes que se enredan sobre la hierba y las hojas secas. De nuevo atrapado en sus velos, entre los brazos de la deidad que susurra sus misterios al firmamento. Las hebras de plata de sus cabellos son cadenas que se enredan en las muñecas del joven, el calor de su piel el refugio contra el frío exterior, su aroma la droga que le nubla la vista y le empuja a lo indecible, lo imposible… el pecado que se convierte en don entre sus brazos, el crimen transfigurándose en milagro cuando sus manos le brindan la bendición de su caricia. El aliento se condensa, el sudor resplandece como pequeños diamantes sobre las pieles de alabastro de los amantes, estatuas que cobran vida y se enredan, gimen, respiran y aman. Un espejo que se refleja a si mismo cuando fijan los ojos ardientes en los del otro, embrujándose, drenando la memoria de un mundo y un tiempo que no les pertenece ahora.

Solo la eternidad… solo la eternidad.

Apresa las delicadas manos contra la hierba. Sus velos son serpientes que reptan sobre la piel desnuda, tejen una suerte de tela de la que no desea escapar. Solo existe ella, ella y nada más, ella y sus profundidades ardientes, ella y su húmeda oscuridad, ella y su permisividad. Se hunde y vuelve a la orilla, como llevado por la marea de un mar embravecido, y en sus venas despierta el trueno lejano y sus ojos por un instante cegados por el rayo intenso ya no son capaces de observar el rostro de blancura irreal. El océano le engulle, el torbellino tira de él, le hace ascender, acelera la sangre en sus venas. Quiere hundir la lengua entre sus labios, abandonarse a la glotonería hasta que no pueda soportar más… pero sus labios no llegan a los pétalos abiertos.

Un tirón, la alarma llega antes que el dolor que lacera su cuero cabelludo. La fuerza inclemente le arranca de los brazos de su amante con violencia, le proyecta hacia el suelo. El corazón late desbocado, golpea con fuerza en los oídos y parece taponar la garganta cuando intenta respirar, el fuego nacido en la boca del estómago prende bajo la piel, no puede respirar y se siente desangrarse por dentro. Suaves pasos de hada se alejan en un revuelo de velos brillantes. Los ojos de Sahenion parecen los de un demonio. No es su padre el que vuelve a agarrarle del pelo y levantarlo sin esfuerzo, es un demonio, y por un momento es desgarradoramente consciente de que va a matarle.

-Tu… no eres mi HIJO.

El aire apenas transita a sus pulmones. Se agarra a la muñeca de su padre e intenta mirarle, hablar, aun sin argumentos para explicar lo que ha visto. La mirada carmesí de Sahenion duele más que los puñales, más que el golpe que estalla en su mejilla y le devuelve al suelo, donde sus manos solo pueden cerrarse sobre la hierba. No se defiende, tan siquiera alza el rostro cuando caen los golpes, no es peor el dolor ni el crujido de los huesos que la mirada carmesí y prendida de odio y desprecio de su padre. No es peor la sangre que le llena la boca que la vergüenza que anega sus sentidos, la rabia de no sentir el arrepentimiento que debería aflorar, la pesada pena de seguir odiándole aunque se haya descubierto como el traidor, el pecador.

- ¡Eres miserable e indigno de la sangre que corre por tus venas!.- Cerrar los ojos, morderse el nudo en la garganta. Ojalá no dure demasiado.- ¿Cómo has podido hacernos esto? ¿CÓMO?. No eres mi hijo.

Es una pesadilla. Sahenion no debía volver hasta meses después… no está aquí, es una mentira, una pesadilla terrible de la que debe despertar. Pero el dolor es real, la humedad de la hierba le moja el rostro cuando cae, incapaz de aguantar. La sangre salpica las flores, magnolias blancas que se tiñen de carmín. Y el hada que ha huido ya no canta, aunque tiene su voz resonando en los oídos.

Solo la eternidad…

- No hablarás a nadie de esto. Voy a mandarte con las divisiones que parten hacia Ventormenta. No mereces pisar la tierra que te vio nacer, ni siquiera debiste nacer. Levántate y desaparece. – Duele, como el infierno, como hundirse en el magma. - ¡Desaparece!

Como desintegrarse…

V - Carta a Bheril

A Bheril Hojazul. Calle de los Sauces; Bruma Dorada


Estimado compañero:

Me ha sido difícil reunirme contigo tras la graduación como te prometí. Lord Sahenion consideró necesario que le acompañase en su último viaje a reinos humanos, para que tomase contacto con su rudimentaria cultura y costumbres. Ha sido largo para mi gusto y hubiese preferido contar con otras compañías aunque la estancia en Ventormenta haya paliado en parte ese detalle. He podido ver con mis propios ojos todo aquello de lo que me has hablado en Quel’danas, la ciudad es un hervidero de actividad, he llegado a oír a varios trobadores en una sola plaza luchando por la atención de sus conciudadanos, a los venteros ofreciendo sus mercancías a viva voz y a las mozas mostrando sus atributos generosos a los viandantes como si fueran un producto más de esa feria apasionada, sonriendo con una falta total de pudor o recato. Las gentes van de acá para allá como si el tiempo nunca fuera suficiente para terminar con sus tareas, parlotean y llenan el aire de extraños aromas. El olor de la ciudad es una amalgama de hedores y perfumes que acaban por saturarte la nariz, los canales apestan como si en ellos fueran a morir todos los deshechos de la ciudad y me temo que es así aunque no me atreví a analizar las peculiaridades de las cosas que flotaban entre las barcazas. No he podido explorar los rincones que me hubiese gustado admirar, ni las costumbres que realmente me interesan, el orden del día resultaba invariable viajando con Sahenion, se puede resumir en ir de una reunión a otra escuchando los desabridos discursos de políticos y diplomáticos en salones de piedra mal tallada y con excesivo olor a humedad. Lo cierto es que acabé echando de menos el relativo silencio de las calles Lunargentinas, las fuentes limpias y los días despejados aunque el bullicioso estilo de vida de los humanos me haya resultado excitante.

No quiero aburrirte y no hay nada nuevo sobre Ventormenta que pueda contarte a ti, no estoy escribiéndote para eso. En la isla se me daba mejor escribirte, no hacían falta muchas palabras para que entendieras nada, siempre has tenido esa detestable facultad de captar lo que quiero decir aunque mantenga la boca tercamente cerrada, es algo que siempre me ha irritado pero que de alguna manera me ha puesto las cosas fáciles. He comenzado a escribir con la clara intención de agradecerte la ayuda prestada, tu te has esforzado y yo he acabado por alcanzar la graduación vivo y con honores, no es el hecho de haberla alcanzado lo que merece mi agradecimiento, si no el hecho de haber convertido ese infierno que comenzó siendo la isla para mi en un lugar mucho más acogedor. Tu instrucción es lo único válido y útil que voy a sacar de ese lugar, aunque ahora pueda aspirar a vestir el tabardo de los Hojalba y tomar sus responsabilidades. No puedo engañarme a mi mismo ni a los que me rodean sobre lo que siento al respecto del destino que me espera, durante un tiempo me esforcé en pensar en que las cosas cambiarían al volver, en que mi hogar se parecería más a un hogar que a una prisión, e incluso llegué a soñar que se me dirigía una mirada de orgullo. Me siento orgulloso de haberme superado, es algo que tu me enseñaste, a sentirme orgulloso de lo que soy capaz de hacer incluso cuando no he elegido el camino, por que he elegido la manera de andarlo y lo he hecho con la cabeza alta. Pero es hiriente e insultante que tu propia sangre no pueda ver el sacrificio que has hecho por parecer más digno a sus ojos. Sahenion seguía mirándome con decepción incluso en la ceremonia de graduación, viendo a su hijo donde quería verle y como quería verle. Su tono sigue siendo tan árido como siempre, aunque apenas discutamos ahora. Sé que no soy lo que esperaba que fuera por que no he elegido libremente lo que deseaba que eligiese. Si lo pienso detenidamente no veo ningún sentido en todo lo que he tenido que luchar por salir adelante en Quel’danas… ¿Me estoy traicionando a mi mismo intentando ser quien él quiere que sea?, ¿Es que acaso tengo otra elección?. A veces creo que he nacido en el lugar equivocado. Tu lo dijiste, vamos a tener que comer muchos ascos en nuestra vida y sospecho que mi vida al completo va a ser un asco.

Voy a arrepentirme de mandarte esto en cuanto lo tire en el buzón, pero no puedo hacer que adivines qué me ocurre a distancia para sentirme consolado, así que me daré prisa en bajar a la calle. Nos vemos en la próxima fiesta de primavera.

Iranion Lamarth’dan

IV - Bheril Hojazul (II)

El oleaje había depositado sobre la arena blanca un tapiz de algas que dibujaban el movimiento del agua sobre la costa. El viento soplaba desde el sur, las aguas del mar del norte lo enfriaban y besaban el rostro en una sensación de contraste con el ambiente cálido y húmedo que imponían los hechizos sobre la isla. Bheril tomó aire con fuerza, llenándose los pulmones de aquel aire auténtico, sustituyendo al que se le antojaba viciado y antinatural. El murmullo de unas botas hundiéndose en la arena le hizo volverse, y la imagen del iniciado Lamarth’dan le despertó una genuina sonrisa, a pesar de su aspecto deplorable.

- Acepto.

Fue el escueto saludo, con la voz ronca y un aire de digna aceptación. Bheril asintió. Sabía como se había hecho aquel terrible cardenal en el pómulo, que golpe exacto le había partido los labios, y que fallo en la esquiva le hacía encorvarse ahora con el dolor de un fuerte golpe en las costillas. Tenía todo el aspecto de haber sido asaltado y tirado en una cuneta, aunque lucía el pelo bien peinado y amarrado en la nuca y esa expresión orgullosa que ni los golpes borraban.

- Descansa un poco, eso también ayuda.

Se quedó de pie tras él. Bheril volvió la vista hacia las aguas oscuras, los dracohalcones de los Hojalba pasaron rozando las olas, a toda velocidad.

- Has estado esperándome, no quiero perder más tiempo.

- No te estaba esperando.- Bheril rió, y si le hubiera mirado en ese momento habría visto las mejillas de Iranion encenderse.- Vengo aquí siempre, después de la comida. Es un buen sitio para meditar.

Iranion le observó, de pie tras él, respirando lentamente para no despertar más punzadas de dolor. La rabia ya había dejado paso al sabor amargo de la derrota, sus contrincantes se encontraban en el mismo grado que él, había entrenado tan duro como todos, se creía capacitado para superar un combate serio y tras caer ante el primero de sus contrincantes todo pareció ir a peor. Había sido un completo desastre.

- Siéntate, anda. – Bheril palmeó la arena a su lado. No tenía ni un rasguño, era de los más avanzados de aquella promoción, aparentaba más edad de la que tenía y sus brazos eran el doble que los de Iranion. Cuando se sentó a su lado, mirándole de reojo, sintió una punzada de envidia.- Duermes poco y comes aun menos.

- ¿Piensas entrenarme o convertirte en mi madre?.

- Algo me dice que has sobrevivido hasta ahora gracias a ella. – Volvió a reírse. Iranion apretó los dientes mientras volvía a sentir la sangre agolpándose en sus mejillas.- Quiero ayudarte a que puedas hacerlo solo.

-Puedo hacerlo perfectamente, que no sepa manejar una espada no significa nada.

- Significa muchas cosas, en realidad. Pero eso no importa, lo que importa es que estás aquí y para sobrevivir debes aprender. No todo está en la práctica, si no eres capaz de levantar una espada en condiciones no podrás superar ni una sola de las pruebas.

Iranion le miró de soslayo. El hijo de los Hojazul nunca había tenido interés alguno para él. Su actitud le había parecido siempre vulgar en las fiestas de primavera, la tez tostada y la completa falta de etiqueta a la hora de vestirse le convertían en alguien indigno de la menor atención, no parecía haber sido así a la inversa. Bheril parecía haberse fijado mucho en lo que el hijo mayor de los Lamarth’dan hacía o dejaba de hacer.

- No me gusta la comida del cuartel.

- No hay otra.

- Es un asco.

- Vamos a tener que comer muchos ascos en la vida. Ya no somos niños, por eso estamos aquí.

- Yo estoy aquí por que me han obligado.

- Eso también significa muchas cosas. – Sonrió. Iranion volvió a tener ganas de abofetearle.

- Oh… Belore… eres un listillo insoportable.

Intentó levantarse antes de que sonaran las campanas que anunciaban la vuelta al entrenamiento. Se le escapó un quejido seco cuando sus costillas se resintieron del golpe. Bheril extendió la mano para ayudarle, recibió un golpe que la apartó antes de que Iranion se pusiera en pie a duras penas.

Si no le hubiese dolido todo el cuerpo le habría golpeado cuando su risa volvió a resonar en el aire.

III - Bheril Hojazul

Le dolían partes del cuerpo que no le habían dolido jamás. Al arrastrarse hacia el camastro le había dado la impresión de que su cuerpo era de goma y el suelo se hundía y le desestabilizaba. Iranion se hundió entre las sábanas oscuras y se cubrió hasta la nariz, sorbiendo las lágrimas que luchaban por anegarle la mirada. Dormía rodeado por todos sus compañeros, en un cuarto atestado de literas que crujían al mínimo movimiento y aunque siempre estuvieran limpias al joven Iranion le asqueaba aquella situación como si le hubiesen arrojado a un campamento infestado de pulgas y anegado de barro. Se sentía absolutamente solo, aun rodeado de las presencias de aquellos que como él se convertirían en grandes guerreros algún día. Tal vez era el único para el que aquello se convertía en una condena de días que se arrastran entre el extenuante ejercicio físico y la ausencia total de todo lo que le había consolado durante su corta vida. Leriel no le despertaba ninguna mañana con su risa cantarina, no podía dormirse sobre los libros ni escapar a los jardines persiguiendo sueños secretos, no tenía las manos de su madre, ni su voz ni el olor de las magnolias que siempre impregnaba su pelo. Sus manos se estaban agrietando de blandir constantemente la espada, sabía que no podría volver a tocar en condiciones ninguno de los instrumentos que sabía tocar, eso no formaba parte de la vida de ningún guerrero.

Suspiró y calculó mentalmente los días que le restaban de aquella condena hasta poder volver a casa, a su habitación y a las canciones de la tata cuando paseaba con Leriel por los pasillos. Se mordió los labios y ahogó el llanto de nuevo, cerrando los ojos y alejando aquella cifra a la que se le hacía complicado sobrevivir. Como cada noche, a pesar del cansancio, el joven Iranion tenía que echar mano de sus recursos para conciliar el sueño que tan esquivo le resultaba. Se imaginaba tendido sobre una barcaza a la deriva, con el pelo mojado y cubierto de la sal del mar, flotando entre los restos de un naufragio, como Tyrel el Negro tras la terrible tempestad que condenó al olvido a toda su flota y a los maravillosos tesoros del imperio de Azshara que atestaban las bodegas de su navío. Él también había perdido sus más preciados tesoros, también flotaba a la deriva en una barcaza que amenazaba con inundarse y dejarle sin ningún apoyo, a merced de aquel océano profundo que te ahogaba hasta el alma. Imaginaba que tenía el arrojo y la fuerza de aquel elfo que fue escupido por las aguas en una isla remota donde las nagas le tomaron como esclavo y condenaron a una vida que no era la suya. Se imaginaba tan astuto como él, consiguiendo que el destino se retorciera a su voluntad para transformar su condición de esclavo en la del señor. Era Tyrel el Negro, y tarde o temprano se alzaría como lo que verdaderamente era, le serían devueltos sus tesoros y posición.

En plena ensoñación, un suave golpe en la sien le hizo parpadear y abrir los ojos a la oscuridad. No estaba seguro de que aquel golpe hubiese sido real, con gestos agotados y ensoñecidos, se incorporó y palpó sobre las sábanas hasta toparse con el tacto rugoso de una pelotita apretada de papel. Frunció el ceño con extrañeza al ver el resplandor tenue que latía como un pequeño corazón en el centro de la esfera irregular, intentó ser lo más silencioso posible, pero le pareció que el crujido del papel llenaba la estancia cuando lo abrió y un pequeño fragmento de maná cristalizado cayó a la palma de su mano, brillando suavemente en tonalidades celestes, aquella luz apenas iluminaba la palma de la mano, pero al acercarla al papel constató su utilidad al ver las letras de trazo fino dibujadas en él.

“Te he visto en el entrenamiento, puedo ayudarte a mejorar”

Sintió como se le agolpaba la sangre en las mejillas y la vergüenza tomaba rápidamente el disfraz de indignación. Pensó en levantarse y tirar de las sábanas de la litera superior hasta que el autor de aquel insulto cayera al suelo por su propio peso, pero incluso pensar en ello le provocó una punzada de dolor en los músculos que le convenció de quedarse donde estaba, eso y el castigo que le esperaba si le encontraban despierto a esas horas. Tanteó sobre su mesilla hasta encontrar la pluma que le había regalado su madre, que funcionaba con un depósito de tinta que nunca se secaba y raras veces había que rellenar, apoyó el papel en la rodilla flexionada y escribió intentando que su letra fuese tan clara como la de su vecino de arriba.

“No te he pedido ayuda y tampoco la necesito. Estás tan capacitado para la instrucción como yo.”

Envolvió la piedra de maná y la lanzó hacia la litera de arriba con cuidado de que no se precipitase hacia el suelo al caer. No tardó en escuchar una risa ahogada y tuvo que apretar los puños para contener el bufido indignado. Sentía que se estaban burlando de él, y era lo único que le faltaba. La pelotita de papel volvió a golpearle, esta vez en la nariz, y rebotó en su regazo.

“Yo al menos sé que una espada no se empuña como el arco de un violín.”

Sabía bien quien era ese engreído que le había tomado como entretenimiento en una noche de insomnio. Berhil Hojazul era el hijo menor de una familia de las Casas Bajas, sus padres habían acudido a más de una fiesta en la residencia de verano que su familia tenía cerca de Brisa Dorada, Sahenion y el patriarca de los Hojazul mantenían una relación cordial, a pesar de que su madre les consideraba ciudadanos de segunda y oportunistas y no solía disimular el desprecio que sentía hacia su sangre.

“Debe ser lo único que sabes, por eso me molestas vanagloriándote de ello. Si me sigues molestando llamaré al guardián.”

La pelotita volvió a volar y afinó el oído para escuchar el rasgueo del lápiz sobre el papel. Le resultaba irritante que a pesar de lo arrugado que estaba el papel y lo difícil que era escribir en la oscuridad Bheril consiguiera mantener la letra tan clara e impoluta.

“Así podrán castigarnos a los dos. Te esperaré en el puerto después de comer, no te olvides la espada.”

Estaba a punto de estallar, si tuviera una piedra se la habría devuelto en lugar del inofensivo papel arrugado, cuanto más pesada y afilada mejor. Vocalizó en silencio mientras escribía, con todo el desprecio del que fue capaz.

“Vete al infierno”

II - La decisión.

No le importaba quedarse sin cenar una noche más. Era una buena excusa para escabullirse de la desabrida charla en la mesa, donde el excelso señor Lamarth’dan acapararía atenciones y conversación con el relato de los últimos acontecimientos en las cortes humanas, donde pasaba la mayor parte del tiempo que empleaba en los viajes diplomáticos. La participación del joven Iranion en esas charlas solía desembocar en discusiones sobre política, que a su vez desembocaban en los distintos puntos de vista que ambos guardaban sobre el futuro del primogénito de los Lamarth’dan, tan contrapuestos que la única manera de finalizar con la discusión era despachar a Iranion e ignorar lo que se había pronunciado hasta que el jovencito volviera a rebelarse.

Ya había conseguido tragarse la bilis y sumergirse en la lectura cuando un par de golpes firmes en la puerta de su habitación le hicieron dar un respingo. Su madre no llamaba de aquella manera, tampoco la pequeña Leriel, así que concluyó que aquella debía ser la manera en la que lo hacía Sahenion, que jamás había subido a su alcoba a buscarle. Observó la puerta en silencio unos instantes, cerrando el libro y apagando la pequeña lámpara de cristales de maná que tenía sobre el escritorio. Sahenion no se había mostrado favorable al encontrarle leyendo en otras ocasiones lo que para él era literatura barata y de valor nulo para el intelecto, e Iranion no se sentía con ánimos para aguantar otra charla sobre la realidad y las cosas útiles. Escondió el libro en el cajón del escritorio y se levantó, abrió la cama y revolvió un poco las sábanas antes de abrir la puerta de roble lacado, tras la que le recibió el ceño siempre fruncido de su padre, y la mirada que pocas veces le observaba con otra cosa que no fuera reproche. El caballero se adelantó y cerró la puerta tras de si, mientras su hijo le saludaba con el tenso silencio de la dignidad herida, agachando la cabeza con fría cortesía.

- Padre…

- He tomado una decisión.- La voz grave del noble retumbó en la amplia estancia. Iranion no había apartado la mirada orgullosa de los ojos de su padre, a pesar de sentir una garra fría apretándole la garganta.- Vas a iniciar tu instrucción en Quel’danas, bajo la tutoría de los Hojalba.

Iranion parpadeó y sintió la garra congelarse en su garganta. Su padre había amenazado muchas veces con enviarle a la isla, le había explicado cientos de veces el estricto régimen de los pupilos de los Hojalba, el cariz férreo de la instrucción de los futuros caballeros de Quel’thalas. No solo era una amenaza, era el plan de futuro que Sahenion tenía para su hijo, un calco casi exacto de lo que había sido su vida repleta de triunfos y honores.

- No es una decisión que debierais haber tomado solo.- Respondió con frialdad, tragando saliva mientras le mantenía aquella mirada revestida de acero, que pesaba más que el plomo.- No quiero ir a Quel’danas.

Los ojos de Sahenion destellaron, los rasgos afilados del elfo se endurecieron mientras le miraba en silencio, Iranion conocía bien el brillo de la decepción en la mirada de su padre, y su presencia en aquella habitación comenzó a hacerse demasiado densa.

- No he venido a pedirte opinión. Vas a ir a Quel’danas, vas a instruirte como hemos hecho todos los Lamarth’dan, y en un futuro me agradecerás que haya tomado esta decisión por ti.

- Jamás voy a ser lo que habéis sido vos. No voy a agradeceros nunca que me obliguéis a vivir vuestra vida. Ese no es mi camino, mis propósitos son más elevados que servir a la patria, padre.

Tragó saliva de nuevo, la tensión en la mandíbula de su padre se había redoblado, los ojos destellaban no solo de decepción, era un reflujo de ira que se contenía tras su mirada. Cuando habló, lo hizo con un susurro cortante, abrupto y rasposo.

-¿Qué hay más elevado que trabajar por y para tu pueblo, Iranion?

- Trabajar por y para el alma de mi pueblo.- Respondió, atreviéndose a alzar el tono de su voz y la cabeza con su orgullo habitual.- El arte, padre.

El repentino estallido resonó en la habitación. La bofetada que Sahenion le había propinado le hizo girar la cabeza y casi le hizo caer al suelo por la fuerza del golpe. El ardor se extendió desde el mentón hasta el pómulo y la boca se le inundó de sangre. Sintió las lágrimas anegarle los ojos al llevarse la mano al rostro y volver la mirada cargada de odio hacia su padre, que permanecía erguido observándole con la misma expresión.

- Te he consentido demasiado, he confiado en tu criterio y me has demostrado que careces de él. Sé que allí corregirán mis errores. Partirás la próxima estación, quieras o no. Eres un Lamarth’dan.

La puerta se cerró con estrépito, dejándole solo en la estancia en penumbra, donde las sombras parecieron cercarle al caer de rodillas y escupir la sangre de su boca sobre su mano. Observó la pieza de marfil flotando en el charco carmesí, como manchas contrapuestas a través del velo de las lágrimas. Escuchó como se cerraba el cerrojo de su habitación, y los pasos pesados de su padre al alejarse. No le dolió tanto el golpe como descubrir cuando se alzase el sol que su padre había donado los libros que con tanto celo guardaba y a los que tanto defendía a la biblioteca de la ciudad, había hecho desaparecer las liras, las harpas y las flautas y había vaciado la casa de todo instrumento de creación al alcance del joven Iranion. En un último intento por colocarle los arreos y llevarle por el camino que deseaba para él, Sahenion cultivó y alimentó el veneno del odio de Iranion, que siempre había estado gestándose en algún recóndito rincón de su alma.

I - El Jardín Secreto

Una aparición de velos blancos… pétalos que se abren a la noche y se dejan mecer por la brisa cálida y perfumada de un jardín en penumbra. En algún rincón murmura el agua de una fuente cristalina, corea con sutilidad a la voz de seda, que deja escapar las notas de una canción triste, temerosa de ser escuchada. Es una flor secreta, una magnolia blanca velada por el follaje de los espinos, a veces se abre en su celda y sueña con bailar a la luz de la luna, sueña con besar el sol desnuda y sin vergüenza. La hierba húmeda acaricia sus pies desnudos, el cabello se abre como un sinfín de sedas de araña, finas y resplandecientes, blancas como las perlas, cuando voltea sobre si misma y alza las manos al cielo, su perfume esparce en el aire el hechizo que solo ella sabe entretejer, convierte en sueño el suelo a mis pies, y la imagen etérea de su silueta es lo único real en este mundo que pierde sentido y substancia.

Es mi canción lo que brota de sus labios. Susurrante y dulce, su voz parece amplificarse en el pequeño claro, viene a besar mis nervios y deslizarse en mis entrañas. Las notas de nuestro poema, la llamada y la evidencia del conocimiento de mi presencia… ella siempre adivina mi mirada entre las sombras, aunque me alíe con el silencio. Canta para mi, baila para mi como un sueño hecho carne. Teje la tela y tira con suavidad, susurrando nuestros secretos, abriéndose a la luz de la luna y resplandeciendo entre los espinos. Me roba el aire cuando se acerca. El tacto imposible de los labios aterciopelados sobre los míos, la caricia que se cierra en mis manos y tira de mi hacia la luz, la humedad empalagosa de su boca que se abre como la fruta madura mientras el mundo comienza a girar alrededor, su cabello enredándose con el mío, la fuerza que nos une en el círculo mistérico que dibujan sus pies, son los hilos que dibujan su tapiz, son las manos con las que moldea mis anhelos.

Belore… no quiero escapar… quiero agazaparme por siempre en su celda, abrazado por los pétalos de mi flor secreta, en el jardín al que nadie puede acceder, donde los arcanos de su belleza solo a mi pertenecen, donde postro mi alma y me sacrifico en tributo a sus dones, donde solo obtendría aquello que merece.

La hierba besa mis rodillas, los velos me cercan y se me enredan, sus dedos de alabastro se deslizan sobre mis cabellos, los suspiros quedos se ahogan en el murmullo del agua, mi respiración entrecortada es la oración que repito mientras me hundo en el almíbar tibio de sus profundidades y su sabor se esparce en mi interior como un sinfín de caricias sutiles. Me entrego como un fiel ante su dios, ante la luz que insufló la vida en su carne, me deshago en alabanzas y mi rezo se vuelve fervoroso cuando su voz responde como el sonido de las olas ante de romper en la costa. Mis manos cerradas en los velos blancos, reclaman la comunión con la divinidad, mi cuerpo incapaz de contener la vida se tensa y vibra de necesidad… y son sus manos de alfarero las que me moldean, me guían a través de mis propios deseos, a través de sus velos hacia los dones voluptuosos de su anatomía.

Ninfa divina, estatua que cobra vida, musa que otorga el don de la inspiración, hogar de Belore y Elune, tu cuerpo es el templo sagrado donde se forman las estrellas, donde el primer destello desató la creación. Tu cuerpo es el útero de cada pensamiento hermoso, la matriz de la belleza que rebosa desde tus manos. Y me elijes para darme de beber, me elijes para rezar arrodillado ante tus altares, me elijes para bendecirme con tu misterio creador. Solo a ti me debo. Solo soy por ti. No me niegues los dones gozosos, nunca veles tu mirada de universos. Tus ojos están en mi y no consigo encontrar palabras para dar forma a mi agradecimiento.

El abrazo me estrecha. Su respiración se quiebra en la garganta, el sudor la hace resplandecer como a un hada en el pequeño claro. Una figura de plata y marfil que ha cobrado vida y se arquea flexible como un junco, respondiendo a mis plegarias, tirando de mis cabellos cuando la marea nos arrastra hacia la quietud de las profundidades de un lago cristalino. Flotamos juntos, enredados en sus velos, en la calma silenciosa de su templo.