viernes, 10 de diciembre de 2010

XII - El maestro Arnaudi

Doménico Arnaudi era la antítesis de su idea de belleza. No podía aplicar un canon elevado en el caso de la raza humana, en su mayoría eran bajitos, tanto ellas como ellos tenían los hombros demasiado anchos, caderas excesivamente abultadas y rostros redondeados o demasiado angulosos en el caso de los hombres. Aquel que se hacía llamar su maestro tenía los ojos hundidos y unas bolsas desagradables de piel se le descolgaban debajo, sus carrillos hacían pensar en comida almacenada constantemente en su boca y la manera en la que movía la papada al hablar competía con los postres de gelatina al ser transportados. A este elenco de virtudes se le unía un discutible gusto por las casacas ajustadas en las que se embutía y cuyos botones siempre parecían a punto de saltar y sacarle un ojo a cualquiera.

Le costaba tomarle en serio, con su pelo oscuro y rizado atado a la nuca y su pose de noble venido a menos, tenía que hacer un esfuerzo considerable para atender a sus palabras cuando se dirigía a él con esa voz aflautada y mal modulada.

- La obra es dentro de dos semanas y el taller que estaba preparando el escenario ha sido despedido por no cumplir las expectativas de lady Liona. Nos visitará en un par de días y espero tener para entonces al menos un tercio de la producción terminado, si no veo buen ritmo acabareis pintando caricaturas en el barrio viejo.

Iranion arqueó ligeramente una ceja, observando al humano desde su mesa de trabajo. Le daban ganas de reír cada vez que aquel retaco pretendía infundir miedo en sus contratados, y lo más hilarante del asunto es que lo conseguía con la mayoría de sus aprendices, que se encogían tras las mesas y se afanaban en ponerse a trabajar.

- Señor Arnaudi, perderíamos menos tiempo si nos dijera cuales son las expectativas de lady Liona.

Doménico, que parecía tener prisa por volver a su estudio a seguir matando el tiempo mientras sus aprendices trabajaban por él, se volvió hacia el elfo, frunciendo el ceño con un gesto impaciente.

- La señora quiere calidad y buen acabado. Basaos en la arquitectura de la corte para los interiores y en la catedral para los exteriores. Elwynn servirá para el bosque de la bruja.

- Si me permite el apunte, señor Arnaudi, no ha dicho más que obviedades, todos queremos calidad y dudo que el problema de los talleres de Ventormenta esté en sus acabados. ¿No le preguntó acaso qué es lo que espera?.

- ¿Es que debo daros el trabajo mascado?. Aun estás a prueba, Hojalba, y mi paciencia tiene un límite así que limítate a trabajar en silencio y cumplir con tu trabajo o acabarás…

- Pintando caricaturas en el barrio viejo. – Sonrió, mirándole con la misma expresión tranquila que a Doménico le hacía sentir insignificante. El maestro tenía los mofletes rojos y pareció contener la respiración.- Tomaré eso como una licencia creativa.

-¡A trabajar!

Arnaudi desapareció tras la puerta de su estudio y los aprendices que ya habían comenzado a seguir las instrucciones del viejo pintor miraron al elfo de reojo cuando se levantó y se puso a desplegar los caballetes y preparar los paneles. Los cinco chicos que completaban el groso de los aprendices de Doménico ese año no dijeron una palabra cuando el elfo comenzó a hablarles con su acento suave y su aire orgulloso y minutos después todos estaban arrancando sus bocetos y tomando apuntes de los trazos que Iranion iba ejecutando sobre el panel en su caballete.

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Por un instante pensó que los carrillos de Doménico iban a estallar en llamas cuando salió de su estudio apestando a sudor y colonia barata. Iranion le observó de pie en el centro de la sala, ante los tres paneles en los que comenzaba a formarse una arquitectura de trazos de grafito y sombras de carbón. El elfo tenía la irritante costumbre desde que había llegado a su taller de trabajar sin necesidad de bocetos previos y mostrarle las bases de su trabajo minucioso con la barbilla alta y mirándole como si fuera consciente de su escasa capacidad para el arte.

- Eso no está basado en la catedral de Ventormenta.

- Es un entendido en arquitectura, señor Arnaudi.

Los aprendices se miraron entre si y cuchichearon, apiñados tras los paneles, el maestro pareció volverse de un tono más escarlata si cabe cuando se asomó a los bocetos del resto de sus aprendices.

-¡¿Qué diablos es esto?! ¿Columnas en espiral? ¿Capiteles con ornatos vegetales?. Eso nunca se ha visto en esta ciudad.

- Precisamente, señor Arnaudi. Al ojo le gusta que le sorprendan y en esta ciudad la mirada se acostumbra peligrosamente a las formas toscas.

-¡Eso a lo que tu llamas formas toscas es nuestro arte, elfo!

- Y es encantador, no me malinterprete.

Iranion le siguió con la mirada cuando se acercó alzando un dedo regordete hacia él, escuchó la risa sofocada de uno de los jóvenes aprendices de Doménico, que al igual que él debió encontrar harto gracioso ese gesto hacia un tipo que le sacaba más de una cabeza de alto y no mudaba su digna expresión por mucho que cambiase el tono de piel del maestro.

-¿Quién te crees que eres, Hojalba? No eres más que un aprendiz que ha venido aquí a hacer lo que se le dice.

- Soy un aprendiz, señor Arnaudi, eso es indiscutible. Todos aquí lo somos.

-¡Quita eso de mi vista! Quiero las arquitecturas basadas en Ventormenta como han sido siempre y tenéis todo el día de mañana para repetirlo. ¿Se me ha escuchado bien?

- Es difícil no hacerlo.

-¡Al demonio contigo! ¡Estás despedido!

Iranion observó el dedo amenazador ante su rostro y sonrió con un gesto cortés, apartando la mano rechoncha del maestro que le miraba con el rostro congestionado por la ira. Había una amenaza implícita en el ademán del elfo que le miraba directamente a los ojos y el pintor pareció atragantarse cuando se apartó y recogió sus cosas con una calma digna y absoluta.

- Nos vemos en un par de días.

El elfo se inclinó y salió del taller dejando tras de si un silencio espeso solo roto por el gruñido de descontento de Doménico, que tras el impulso inicial por romper los paneles los apiló y los arrojó al cuartucho donde aun esperaban las obras incompletas o desechadas. Iranion recorrió el camino de vuelta a casa, con la cabeza alta y la tranquilidad absoluta que otorga el saberse necesario. Solo había necesitado unos instantes para darse cuenta de que Arnaudi era un farsante, y el maestro era más que consciente del valor que unas manos como las suyas tenían para su taller. Dormiría más que tranquilo esa noche.

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