sábado, 25 de febrero de 2012

XXIV - El hogar II

Había intentado hacer las cosas con la máxima premura, tras haber cumplido con sus obligaciones tuvo que recorrer media ciudad para inscribirse en el torneo que iba a tener lugar en unas semanas, y llegó con el tiempo justo para dar sus datos a los escribas tras haber aguardado en una cola que parecía interminable. Mientras corría de vuelta a casa, con el sol poniéndose sobre los tejados lacados del barrio viejo, le costaba reprimir la sonrisa esperanzada, que a veces le destellaba en la mirada. Casi arrolló a la señora Peterson cuando abrió la puerta de la casa del canal, la mujer le miró sobresaltada un instante, y pareció relajarse cuando Bheril le dedicó una sonrisa ancha, mientras resollaba.

- Vaya prisas, jovencito. ¿Está todo bien?.- Cerró la puerta y le observó con ese aire de preocupación de las abuelas por sus nietos.

- Claro, señora Peterson, es solo que se me ha hecho algo tarde.

La mujer apretó los labios y se acercó a él, poniéndole una mano sobre el brazo. Desde que los hermanos Hojalba vivían en el ático de su casa los había adoptado como si formasen parte de su familia, tal vez por eso parecía algo inquieta, a pesar de la sonrisa del elfo que comenzaba a mirarla extrañado.

- Acompáñame un momento, he estado preparando infusión, creo que tu hermano no se encuentra muy bien, lleva días sin salir.

- No se preocupe… le ocurre a veces, está trabajando en sus cosas.

Intentó que sonara convencido, pero la mujer negó con la cabeza y tiró con suavidad de su brazo, llevándole hacia la cocina. Sobre los fogones de la enorme cocina de hierro hervía un puchero, y la tetera permanecía a un lado, humeando por el largo cuello, la señora Peterson ya había dispuesto la bandeja con las tazas, y dejó la tetera sobre esta antes de tendérsela al elfo.

- Os vendrá bien a los dos, deja que se enfríe un poco y tomadla antes de dormir.

Bheril asintió mientras cogía la bandeja, frunciendo ligeramente el ceño. El vapor que salía de la tetera tenía el penetrante olor amargo de las hierbas medicinales, aunque no se parecía al aroma de las infusiones que la señora Peterson preparaba cuando él estuvo enfermo. Aunque la sonrisa se le había borrado, le dedicó una mirada agradecida y cálida a la mujer, que le tocó las manos cuando sujetó la bandeja para llevársela con un tacto acogedor y una sonrisa melancólica.

- Me gusta que estéis aquí.

- Gracias, señora Peterson.

- No, no me las des. Cuidaos, por favor.

El elfo asintió, observando esa preocupación genuina en la mirada de la mujer, que le encogió el estómago al hacer aflorar la suya propia. La humana le soltó las manos y le hizo un gesto para que se fuera, apremiándole, volviendo a sonreírle con su habitual dulzura. Mientras subía las escaleras, tan rápido como podía con la bandeja entre manos, sintió su corazón acelerársele en el pecho, con una sensación de amarga anticipación.

En la buhardilla, todo estaba en calma, y el alivio vino a apaciguar la punzada dolorosa e inexplicable en su pecho cuando vio a Iranion dormido en la cama junto a la vidriera, enredado entre las sábanas. Dejó la bandeja con la tetera humeante sobre la mesa de madera. Los candiles permanecían encendidos, y algunas velas sobre la mesa de trabajo de Iranion arrojaban luz sobre un espacio de trabajo desordenado. Bheril no pudo más que sentir la inquietud renovada cuando vio la pintura que goteaba desde el lienzo que reposaba sobre el caballete, donde una mancha de pintura azul hacía irreconocible los trazos bajo ella y se escurría en gotas cada vez más lentas hasta el suelo de madera. Iranion era metódico y compulsivo con la limpieza, aquel comportamiento le hizo preguntarse otra vez si tal vez la señora Peterson no tenía razón y su compañero estaba enfermando, por eso al acercarse y sentarse en la cama, a su lado, deslizó una mano hasta su frente y dejó los dedos frescos en ella por si encontraba rastros de fiebre. Iranion dejó escapar un gemido desvaído en cuanto posó las yemas de los dedos sobre su piel, se removió despacio bajo las sábanas y al relajarse su cuerpo fue cuando Bheril se dio cuenta de que el cuerpo del elfo había estado engarrotado y en tensión. Un pincel manchado de azul rodó sobre las sábanas blancas, dejando un rastro de pintura cuando Iranion relajó las manos que mantenía aferradas a él.

Bheril se sacó las botas y tiró de las sábanas con cuidado para tumbarse junto a él, rodeándole con los brazos en un gesto suave para no despertarle. Posó los labios sobre la cabeza de Iranion y fijó los ojos en la vidriera, cuyos colores apenas se distinguían ahora que la noche estaba bien entrada. Le cobijó con cuidado, y dejó que la angustia se fuera diluyendo con la sensación real del cuerpo de su compañero entre los brazos, de estar donde debía y haciendo lo que debía, aunque su parte más racional se revolviese inquieta sin saber cómo actuar, su alma se sosegaba al escuchar la respiración acompasada y tranquila de Iranion, al ser consciente de alguna manera de que en ese momento justo nada le atormentaba.

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