lunes, 11 de octubre de 2010

X - ¿Por qué lloras?

- ¿Por qué lloras?

Un susurro en la oscuridad, su propia voz tendiéndose, a tientas como sus manos. El suelo está frío y no es capaz de ver. El llanto femenino le estrangula el ánima, resuena en la estancia cargado de angustia, enredándosele en el corazón con una punzada de terrible miedo. ¿Qué ocurre?. Tiene frío, hace mucho frío.

- No… no llores. ¿Por qué lloras?. No sé donde estás.

El tacto suave de la piel curtida, zapatos blancos brillando a la luz de la luna, pasa los dedos sobre la superficie, tomando una bocanada de aire que le resulta insuficiente mientras enreda las manos en los velos de seda, tirando hacia sí.

- Ven aquí… no te veo… ¿Por qué lloras?

Una cascada de seda blanca cuando se arrodilla ante él. Porcelana mojada cuando extiende los dedos, que resbalan sobre las mejillas blancas. Sus ojos de plata le observan, empañados por las lágrimas, apagados de dolor. Los cabellos de hebras blancas le enmarcan el rostro en una cascada de luz de luna. Sus manos se extienden y le abrazan contra su pecho estremecido por el llanto.

- ¿Qué sucede… madre? ¿Por qué lloras? ¡¿Por qué lloras?!

Perfume de magnolias. Llanto suave y roto, puede escuchar su respiración entrecortada nacerle en el pecho, la abraza con fuerza, sosteniendo la respiración, ahogándose en la incertidumbre y en ese dolor que comienza a impregnarle por dentro como brea en llamas.

- ¿Por qué lloras…?

- Iranion… Iranion… Lo has hecho…

Se revuelve, intentando desprenderse de ella, apretando los dientes. Sus brazos son como cepos, cepos de cristal tintado. Cierra las manos en la seda de su escote, revolviéndose y empujándola, resollando. Las lágrimas le escuecen en las mejillas, se abren paso desgarrándole por dentro.

- ¡¿Por qué lloras?!

- Iranion. ¡Iranion!

Su voz, sus voces. Hay una sombra en el suelo con los cabellos derramados sobre el mármol blanco… blanco sobre blanco, vino que se derrama, dedos inermes sujetando una copa. El corazón le late deprisa, vuelve la vista al rostro pálido que le observa tras las lágrimas, su voz se ha endurecido.

- ¿Por qué lloras? ¡Despierta! ¡Iranion!

Parpadea. Toma aire como si acabase de surgir de entre las aguas negras de un estanque, fijando la mirada en el rostro preocupado que le observa, ojos azules como el mar en calma, pelo de miel líquida derramándose hacia él, y preocupación, angustia tras la mirada. Afloja la presa de sus manos, cerradas sobre la pechera del elfo que le zarandea.

- Bheril… ¿Qué…?. No me… déjame.

Lo intenta apartar, pero el elfo mantiene la presa férrea en sus brazos, le mira a los ojos.

- ¿Estás bien?

- Solo… no era más que una pesadilla. Suéltame… por favor.

Le ha soltado, y se vuelve hacia la vidriera que brilla con el reflejo de los fanales del canal, un árbol que extiende sus ramas vestidas de hojas azules y doradas. Se seca las mejillas, encogiéndose y cubriéndose con la sábana, dejando que el sueño le vuelva a arrastrar, con la sensación de tener el corazón rodeado de espino. Bheril le observa en la penumbra, le vela hasta que la respiración del elfo se vuelve pesada y constante y comprueba que el ahogado llanto no vuelve a producirse, que no se revuelve ni se araña, solo entonces se abandona al descanso, con la inquietud bulléndole en el corazón y una extraña angustia en la garganta.

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