viernes, 15 de octubre de 2010

XI - Noches de Luna Negra.

Un graznido quejumbroso rompió la monotonía del silencioso jardín. Los pies descalzos se hundieron en la hierba alta, silenciosos, a través de los parterres de flores descuidados que comenzaban a ser devorados por la maleza. Se hincaron sus rodillas en el pequeño claro rodeado de magnolias y recostó sobre la hierba al pequeño halcón que portaba entre las manos y volvía a emitir un quejido angustioso. Sus labios musitaban con voz queda mientras cortaba las cuerdas que mantenían inmovilizado al animal, que comenzó a agitar las alas tratando de escapar.

- De la tierra no alzarás el vuelo.

El animal intentó picotear los largos dedos que le atenazaban las alas. Una mano femenina y ágil le aprisionaba contra el suelo, mientras la otra alzaba el pequeño puñal plateado y atravesaba una de las alas hasta fijarla en el suelo. El graznido volvió a elevarse, agudo y desesperado.

- La llamada de la sangre es más fuerte

De nuevo el quejido cuando la sangre salpicó el plumaje blanco de la otra ala. El halcón abría el pico afilado y parecía ahogarse, lanzando zarpazos con las patas libres ahora de la presa férrea de esa mano de mármol.

- Que el amor y que la misma muerte.

Los dedos como rayos de luna se extendieron y trazaron sus extraños arcanos sobre el ave que agonizaba clavada al suelo. El graznido se acalló, el pequeño pecho del animal subía y bajaba a un ritmo desacompasado y acelerado, los pequeños rubíes que eran sus ojos se fijaron en los de la mujer que parecía bailar arrodillada ante él.

- Estos que te condenan son puñales de anhelo.

La brisa perfumada levantó las plumas desprendidas, que se enredaron en los cabellos de tela de araña de la mujer que ahora alzaba otro puñal hacia el cielo sin luna en el que se cuajaban las estrellas, cerrando las finas manos en la hoja afilada. La sangre comenzó a gotear, roja y oscura, desde la punta del puñal grabado, manchando las plumas del pecho del halcón, que seguía observándola casi sin respirar.

- Y este que te ata es el amor traicionado

La sangre goteó sobre el pico del animal, colándose hacia su lengua y su garganta hasta rebosar. Los ojos abiertos fijos en ella, se agitó un solo momento y el pecho dejó de elevarse al compás de la respiración.

- El que te obliga a cumplir con tu hado.

Solo el crujido de la frágil osamenta rompió por un instante el silencio en el pequeño claro rodeado de magnolias. Las manos blancas aferraban la empuñadura del puñal de plata, clavado en el pecho del halcón cuyo pico seguía rezumando la sangre de esas manos. Sus ojos como rubíes se habían clavado en el cielo sin luna, del que habían desaparecido las estrellas como si se avergonzasen del sacrilegio que se cometía bajo su amparo.

Cubierta con el manto de la noche de luna negra, el hada de cabellos plateados rompió a llorar, regando el cadáver aun caliente de la noble ave con sus lágrimas amargas. Repitiendo el nombre que portaba su sangre en susurros desesperados que no obtenían ninguna respuesta. En cada Luna Negra volvía a llamar y maldecir, a romper y atar con todas sus fuerzas al ave que siempre moría bajo su puñal, al ave que atraía con sus cantos en las noches en que la Luna brillaba henchida como una madre benevolente, a la que alimentaba en creciente y dejaba consumirse de hambre en menguante, la que era distinta en cada ciclo pero siempre vestía ojos carmesíes y plumas blancas como la luna. A la que había llorado en demasiadas ocasiones.

Y una noche más quedó dormida y manchada de sangre, consumiéndose en su propio anhelo, sin obtener respuesta.

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