lunes, 11 de octubre de 2010

IX - La casa de las tejas esmaltadas.

Las mañanas eran un hervidero de vida en Ventormenta. El casco antiguo era un río febril de actividad, donde uno debía abrirse paso entre porteadores y el incesante goteo de clientes y mirones que visitaban los talleres. De vez en cuando una comitiva avanzaba alrededor de una carroza engalanada de plumas y remaches de metal labrados, apartando a empellones a los transeúntes para que los nobles que viajaban en el interior no se sintieran demasiado apabullados por el gentío. Bheril tiró de su brazo antes de que uno de esos sirvientes con aires de caballerete empujasen a Iranion para apartarlo de la calzada, de nuevo se había quedado mirando las azoteas que sobresalían con sus enormes ventanales, asomándose a la calle con un aire vetusto y abandonado. Se apartó de un tirón y se alisó la camisa, mirando a su compañero con cierta expresión indignada:

- ¿Te gustan? – Preguntó Bheril, ignorándole y alzando la mirada clara a los pisos superiores de las casas que se apiñaban unas contra otras.

- Deben tener buena luz, pero esta calle es muy ruidosa, las forjas están cerca, y algunas parecen próximas a un estado de ruina.

Esta vez se apartó él mismo cuando la voz ruda de un humano le espetó en común que se apartara, Iranion le miró alzando la barbilla con esa mirada digna que contenía mil maldiciones y solía hacer callar a la gente. Los porteadores siguieron su camino y los elfos se apartaron del borde de la calzada para seguir calle arriba, dejándose llevar por la corriente humana y equina que abarrotaba la calle. Iranion siempre había odiado las multitudes pero se encontró saboreando ese momento desde una perspectiva que jamás había vivido, aquella que le otorgaba la libertad de no tener un lugar al que volver y no necesitarlo. Solo le quedaban dos oros en el bolsillo, tenían dos días pagados en la posada del Cerdo Borracho antes de quedarse sin blanca y lejos de asustarle aquella situación despertaba un extraño y agradable cosquilleo de excitación.

- No saben aprovechar bien el espacio, parece que las casas contengan la respiración para apretarse un poquito más entre ellas. Ninguna sobrepasa el tercer nivel y la ausencia de hechizos en la arquitectura les obliga a usar soportes materiales, lo que resta espacio. ¿No es maravilloso?, no hay magia por ningún lado, todos los portentos, cada roca tallada en la muralla con la que se protegen o los grabados en esa enorme catedral los han hecho sirviéndose de herramientas rudimentarias y sus manos. Es primitivo y… fascinante.

Lo estaba volviendo a hacer, hablar sin casi tomar aire y apretando el paso como si tuviera prisa por llegar al siguiente punto para asomarse a un lugar distinto. Todo era cambiante en esa ciudad, y las cosas ocurrían deprisa, tan deprisa que a veces tenía la sensación de que el tiempo se le escapaba y no era capaz de captar todos los detalles de lo que allí sucedía. Bheril se rió con suavidad tras él, cuando al fin detuvo el acceso de verborrea llevado por la imperiosa necesidad de dejar de respirar por la boca ante la bocanada de aire de perfume innombrable que subía desde los canales.

- Anoche estuve paseando y vi algo que te va a encantar.

Bheril se adelantó. El tránsito de humanos y mercancías siguió por el puente que cruzaba el amplio canal y ellos se desviaron hacia la derecha, bajo los enormes robles que ensombrecían el empedrado irregular y se agitaban con la suave brisa matinal al asomar sus ramas al canal. Por un momento el aire se volvió respirable. Bheril se detuvo en la esquina y alzó la mirada, Iranion siguió su trayectoria y observó la vieja casa que se alzaba ante ellos, sola en la esquina y sobre la cual se alzaba una especie de torreta de madera que miraba hacia el canal con el cielo reflejándose en un enorme ventanal.

- Vive una señora viuda, sus hijos hace tiempo que se fueron y su casa es demasiado grande para ella. Nos alquilará esa torreta por doscientos oros. – Iranion le miraba entre sorprendido e interrogante, con los brazos cruzados y ese aire analítico tan familiar.- Me invitó a tomar chocolate, es maja.

- Demasiado cerca del canal.

- Estuve comprobándolo, la brisa corre desde las montañas y en esta parte no hay vertidos, el agua está bastante limpia.

- Se ven las mazmorras. – Dijo señalando el edificio que se levantaba en la intersección de los canales, justo enfrente de la casa de piedra y madera.

- Pero tendrás luz desde las nueve de la mañana hasta la puesta del sol, es la zona más ancha del canal y las casas no proyectan sombra hasta aquí.

Iranion frunció el ceño y volvió a mirar la casa. Era de madera y piedra, lucía cuidada y los sillares parecían fuertes y bien tallados. Los ventanales estaban limpios y el tejado era de tejas de arcilla esmaltada, que brillaban con un vivo color rojo cuando el sol incidía en ellas.

- ¿Por qué es tan barata?

- Debí caerle bien a la señora Peterson. Está dispuesta a darnos un plazo para el primer pago.

- No será necesario.

- ¿Te han aceptado en ese taller?

- Aun no, pero iré esta tarde y lo harán.

La risa de Bheril resonó sobre el rumor del agua del canal cuando se puso en marcha, palmeando la espalda de su compañero que sonreía de medio lado. Nada podía ir mal… tenían sus propias manos y ellas les darían todo lo que necesitaban para comenzar esa nueva vida. El único inconveniente serían las vistas desde la nueva casa, pero Iranion, a pesar del poco tiempo que llevaban en esa ciudad, ya conocía el lugar exacto en el que solucionarían ese pequeño problema.

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