domingo, 29 de mayo de 2011

XV - Un baile de máscaras I

Iranion comenzó a sospechar de las intenciones de Bheril cuando le dio un tirón para virar por uno de los callejones, de camino a la casa señorial de lady Liona. Refunfuñó al esquivar un charco oscuro entre los adoquines, soltándose de un tirón y arreglándose la manga de la levita con un gesto digno.

No le había podido creer cuando hacía apenas una hora había irrumpido en la buhardilla, exultante como un día de cobro, y le había sacado del sueño pesado para pedirle que se arreglase para el estreno. No respondió a una sola de sus preguntas, y no solo eso, con tan poco margen de tiempo no había podido adecentarse como la situación bien merecía. Todo eso era perdonable. La excitación se le había instalado en el estómago y amenazaba con hacerle sonreír como a un crío cada vez que le miraba e imaginaba como habría conseguido las entradas. El agotamiento por los días de intenso trabajo preparando los decorados para la obra había sido sustituido por ese inquieto calor en el estómago, despejándole como el mejor de los cafés.

Todo eso era perdonable hasta que Bheril respondió a todas sus preguntas con un solo gesto.

Habían llegado al final del callejón. Las casas se apiñaban a un lado del angosto pasillo adoquinado, al otro lado se elevaba el muro de piedra oscurecida del jardín de la mansión Roselyn y les cerraba el paso uno de los muros de la catedral, donde habían colocado un andamiaje que llegaba hasta la vidriera circular en lo alto del muro. Iranion se detuvo en seco y se cruzó de brazos, endureciendo la expresión hasta convertirse en una especie de estatua plantada ante el andamio al que Bheril se había encaramado. El elfo rubio, vestido con sus mejores prendas de cuero refinado y teñido de azul, se había encaramado al andamiaje y había trepado hasta el primer nivel, recolocándose el chaleco bordado al ponerse en pie sobre los tableros de madera.

- ¿Qué demonios estás haciendo?

- Sacar las entradas. ¿Subes? – Sonrío, agazapándose para tenderle una mano. Iranion no entendía como podía moverse con tal agilidad enfundado en esas prendas, pero eso no era lo que más le molestaba en ese momento.

- Podrías haberme informado sobre el hecho de que pensabas colarte como un vulgar ratero y habría venido ataviado con algo más adecuado, como un pantalón lleno de parches y una navaja. No pienso subir ahí.

- He enviado dos botellas de vino Thalassiano a Lady Liona en tu nombre, cada una cuesta más de lo que cuesta una entrada para ver esta obra. No somos rateros, y hemos venido vestidos como lo que somos. Vamos, dame la mano.

Iranion le miró desde abajo y se dio la vuelta, digno y rígido como el caballero ofendido que era. ¿Trepar por andamios? ¿Acudir escondiéndose a una obra?. Belore sabía que eso no era digno de él. La voz de Bheril volvió a sonar, sin apenas elevarse ni alterarse.

- Tienes más derechos por cuna que cualquiera de esos nobles con aire de grandeza que van a sentarse ahí esta noche, Iranion. Que tengamos que mantenerlo en secreto es solo un detalle, tan insignificante como que debas trepar por cuatro palos para acudir.

El elfo del pelo blanco suspiró y se volvió, mirándole con desdén. Bheril sabía que la mitad del camino estaba recorrido, y esbozó una sonrisa amplia, estirando la mano hacia él.

- No pudiste verla la primera vez por que tu padre te lo impidió. ¿Vas a ser tu quien lo impida ahora que eres libre de hacer lo que quieras?. Venga… dame la mano.

- Eres un demonio. – Murmuró Iranion, acercándose e ignorando su mano extendida.

Trepó con agilidad hasta la plataforma. La estructura tan siquiera se movió. Se sacudió la levita blanca y comprobó que no se había manchado y se disponía a seguir subiendo hacia las siguientes plataformas cuando Bheril le agarró y le empujó contra la pared, tapándole la boca con una mano enguantada. Abrió los ojos y se revolvió, nuevamente irritado por el atrevimiento de su compañero, que le mantenía sujeto con un brazo cruzándole el pecho.

- Shh… mira. – Murmuró, muy bajo en su oído. Iranion tomó aire por la nariz y miró abajo.

La alabarda del guardia destelló con la luz difusa del único fanal que iluminaba la callejuela. Se quedó parado un instante en medio de los adoquines, echando una ojeada al callejón, y luego volvió hacia la calle principal, andando con ritmo lento y haciendo resonar las mallas del uniforme en cada paso. Se quedaron en silencio, hasta que dejaron de escuchar el tintineo del metal. Iranion se tragó las palabras cuando se volvió y enfrentó la mirada del elfo, y de nuevo una sensación cálida se abrió paso en sus entrañas, evaporando la irritación que le producía andar escondiéndose de la guardia como un vulgar ladrón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario