domingo, 29 de mayo de 2011

XVI - Un baile de máscaras II

Las telas de las pérgolas de madera estaban echadas. De las vigas que se extendían hacia la zona central del pequeño anfiteatro colgaban candiles y farolillos de tela y papel que teñían las luces de colores cálidos y suaves. Las rosas de los parterres exhalaban su perfume que se entremezclaba con el olor del aceite quemándose en los candiles. Se habían dispuesto las banquetas alrededor del escenario y los asistentes, ataviados de sedas y bordados de oro del repertorio más rico que la nobleza local podía lucir, se sentaban sobre los cojines que se habían dispuesto para su comodidad. El silencio fue absoluto desde que el maestro de ceremonias diera paso al primero de los decorados y los actores aparecieron en escena. Los salones de un palacio de altas techumbres y ventanales diáfanos se desdibujaron iluminados por las velas y los faroles que se habían colocado en toda la escenografía.

Ni los actores, ni el público, ni siquiera los guardias que flanqueaban el escenario se percataron de la presencia de los elfos, que tras haber recorrido el tapial y saltado sobre los tejados bajos del invernadero habían conseguido subirse a la pérgola y sentarse sobre una de las gruesas vigas en el mejor palco que podría elegirse para la visualización de la obra. Bheril no solo parecía conocer a la perfección el lugar que iban a ocupar, si no que al parecer había comprado entradas privilegiadas que permitían a uno estar bebiendo vino mientras la obra se desarrollaba ante ellos. Iranion no pudo más que sorprenderse cuando reveló el contenido del macuto que había traído a las espaldas desde casa: Dos cojines finos, pero cómodos, que dispuso sobre la viga antes de que tomaran asiento, dos copas de cristal debidamente envueltas en tela, y una botella de vino que debía de haber terminado con los restos de la primera paga de Bheril como maestro de armas. Ambos paladeaban el caldo en silencio, las miradas fijas en las escenas que se sucedían, en las que un rey era advertido de una terrible conjura fraguándose en los corredores de palacio.

Iranion torcía el gesto, a veces murmuraba algo por lo bajo, cuando la iluminación mal dirigida velaba los detalles de alguno de los decorados. Los conocía palmo a palmo, él había dirigido su realización, eran sus trazos y sus pinceladas los que habían dado vida a la mayor parte de aquel entorno y parecía disgustarle el mínimo detalle que traicionara a sus expectativas. Bheril no necesitaba entender lo que murmuraba para saber qué cosas le ponían nervioso aunque no terminaba de localizar los fallos en aquel montaje magnífico. Las arquitecturas parecían formar parte de un entorno etéreo, como si los salones de aquellos palacios estuvieran tallados sobre alabastro y cristales teñidos de colores suaves, la luz hacía resaltar aquí o allá detalles en vidrieras y esculturas que parecían salir del lienzo y convertirse en lo que representaban. Las voces de los asistentes le hicieron salir de su estado contemplativo cuando el primer acto terminó, después de que el rey visitase a una bruja en el entorno de un bosque que parecía cobrar vida cuando hacían balancear los faroles. Se alzó un aplauso sobre el murmullo, y los nobles se levantaron para estirar las piernas entre los parterres y comentar el primer acto mientras los criados les ofrecían los aperitivos en bandejas de plata.

- Los nuestros son mejores. De las cocinas de nuestro palacio.

Iranion volvió la mirada hacia Bheril, que sonreía señalando con un gesto de su cabeza la cajita que había dejado entre ambos, donde se ordenaban una serie de pastelillos de aspecto suculento según su tamaño y color. Yema, fresa, limón y chocolate. El olor dulzón le llegó a las fosas nasales y le recordó lo mal que había comido esos días y el hambre que tenía cuando decidió dormir antes que comer esa misma tarde. Debieron encendérsele los ojos al compás de la sonrisa que dibujaron sus labios, por que Bheril soltó una de esas risas suaves que tenía reservadas para cuando le sorprendía en medio de un gesto involuntario como aquel.

- Te has esforzado mucho, esas perspectivas son impresionantes, creo que no había visto nada igual.

- Ni tu ni nadie. Las están iluminando mal, se pierde profundidad y detalle… y eso que di instrucciones detalladas sobre como debían hacerlo.

Bheril volvió a reírse, y la mirada carmesí de su compañero volvió a endurecerse con su habitual aire ofendido.

- Te aseguro que nadie ha reparado en eso. Toma, anda.

Le plantó uno de los pastelillos ante los labios, y si no le hubiera detenido agarrándole de la muñeca y cogiendo él mismo el bocado se lo habría embutido en la boca. Le miro de reojo mientras se comía el pastelillo, sin darse cuenta del poco estilo que tenía engullir cualquier cosa de un solo bocado. Se olvidó de todas esas grandes ofensas, ayudado por el hambre tal vez, cuando tras tragarlo cogió otro de la caja y fijó la mirada en el escenario. El maestro de ceremonias estaba presentando el siguiente acto con un tono misterioso en la voz profunda mientras el telón volvía a abrirse tras él.

- Al menos los actores son buenos. – Murmuró, tras tragar el tercer pastelillo, mirando a Bheril de reojo y sorprendiendo su mirada azur, que parecía sonreírle.

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