viernes, 10 de septiembre de 2010

VIII - Evasión

Siempre se prometía que no volvería a abusar del vino especiado y los licores en las fiestas. No le importaba acudir para contentar a su madre, estaba en edad de comenzar a pensar en su futuro, de acudir a las presentaciones en sociedad de las doncellas y disfrutar del tiempo de asueto que ofrecía la temporada primaveral. Pronto comenzarían las largas ausencias, los viajes a la isla de Quel’danas y las responsabilidades de un soldado de Quel’thalas, eso daba poco espacio a la preocupación por un futuro estable y la formación de un hogar que perpetuase la sangre de su casa. Bheril estaba más preocupado por que las piezas de su armadura lucieran bien y por mantenerse en forma, sabía que no estaba hecho para la vida de un noble… no del todo, pero aceptaba sus responsabilidades sin agobios, quejarse en su situación habría sido un insulto a Belore.

Pero no pudo evitar hacerlo al despertar con el aguijón de la resaca insertado en los sesos, como si un golpe seco entre los ojos le hubiese sacado del sueño pesado y profundo en el que se encontraba. Blasfemó y volvió a cubrirse con las sábanas húmedas, prometiéndose de nuevo no volver a probar el alcohol por refinado y caro que sea. La fiesta que cerraba la temporada primaveral siempre era la peor, y los Lamarth’dan tenían la cualidad de disponer las cosas para que desearas quedarte hasta el final con todas las consecuencias. Incluso Iranion había recuperado la sonrisa y se había pasado la noche luciendo sus encantos a su elegante manera, no entendía como podía beber y mantener la dignidad con tan insultante facilidad… tal vez tenía que ver el hecho de que lo que duraba una copa en manos de Iranion era lo que duraban tres en las suyas. Había sido una noche satisfactoria a pesar de que los compromisos sociales no les permitieran apenas dirigirse la palabra. Bheril había observado y algo en el porte de su compañero le indicaba que las cosas iban a cambiar. La prueba estaba en que no había hecho ninguna tontería.

- ¡Belore! Maldita tu presencia en los viñedos… - Volvió a blasfemar al verse de nuevo golpeado por esa sensación repentina. Levantó la cabeza y se pasó la mano por los cabellos enredados. Le dolían los músculos y no recordaba como había terminado la noche, pero eso no era nada nuevo. La nueva punzada le hizo cerrar los ojos, y escuchó un crujido como de cristal al quebrarse. Parpadeó, pensando que era imposible que ese sonido proviniera de su cabeza, y volvió la mirada a las cortinas tupidas que impedían la entrada del sol. Se levantó y descorrió los cortinajes, entrecerrando los ojos al esperar el escozor repentino del sol, pero apenas se adivinaban los velos malva del amanecer en las montañas. Bajó la mirada y arqueó las cejas al ver a una figura embozada, lanzando piedras a su ventana. Abrió y apenas pudo esquivar la piedra que iba dirigida a su ventana.

- ¡Eh! ¿Qué demonios haces?.- Iba a vestirse y a bajar para darle una paliza al gamberro cuando este dejó caer la capucha y el cabello blanco se derramó sobre sus hombros. Iranion le sonrió desde su posición. - ¿Qué…?

- Vístete y vámonos, Bheril. ¡Se acabó!

Le miró perplejo, tapándose con la cortina al darse cuenta de que había salido desnudo a la ventana. Iranion debía estar borracho.

- ¿Qué dices?. Ni siquiera ha amanecido, deberías estar durmiendo la mona.

- ¡No!. Estoy muy despierto, Bheril. Quiero que me lleves a Ventormenta. Quiero irme contigo y es lo que voy a hacer. ¡Vámonos!

Le iba a estallar la cabeza. Tenía la sensación de estar soñando. ¿Qué clase de prueba era esa?. Iranion le miraba expectante, con la sonrisa que muestran los niños cuando están a punto de salir de excursión… solo le faltaba ponerse a dar saltitos. Le miró en silencio un largo instante, sujetándose la cortina a la altura de las caderas y con la cara de alguien que acaba de ser rescatado del reino de los muertos.

- Por Belore Iranion. Es una locura, estás loco. – Y ya se estaba dando la vuelta para buscar su ropa con premura, con toda la que podía con aquella resaca infernal, sin darle tiempo a su ralentizado cerebro a pensar en lo que estaba haciendo. Él predicaba sobre la importancia de las elecciones y ser fiel al propio corazón y todo eso… pues bien, lo estaba siendo.

- ¡Tu también!

Le oyó reírse y recogió la ropa con rapidez, embutiéndose en las prendas de cuero que usaba para salir de cacería. Vació la caja donde guardaba sus ahorros en una bolsa de terciopelo raído y bajó las escaleras a toda velocidad. Sin pensar, por que Bheril no pensaba cuando había decidido algo, cuando la oportunidad le aportaba la claridad meridiana que le hacía entender en que dirección se proyectaba su corazón. Iranion le tendió las riendas de su caballo, ensillado y arreado, y se montó en el suyo de un salto ágil y rebosante de vida.

- Somos libres Bheril. Ya lo sé.

Clavó espuelas y salió al galope por delante de él. Bheril le imitó, embozándose en la capa de ante oscuro y planificando el viaje mentalmente. Más tarde descubriría que Iranion no solo había marcado las rutas, si no que traía consigo víveres de sobra para un viaje de al menos un mes. Un viaje que se extendería y pondría a prueba las habilidades de ambos como guerreros en los caminos más peligrosos pero en el que dejarían claro que dos elfos armados pueden ser más peligrosos que cualquier panda de bandidos o asaltantes de caminos, a parte de tener mucho más estilo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario