sábado, 12 de noviembre de 2011

XIX - La señora Peterson

Como ocurría con muchos humanos, la señora Peterson tenía un rostro redondeado, de mejillas llenas y sonrosadas. Tenía la piel pálida y las arrugas propias de la edad hablaban de muchas sonrisas alrededor de sus labios y de muchas lágrimas dibujadas en torno a sus ojos. Esa había sido su casa desde siempre, le había contado a Iranion, mientras pelaba la verdura y la iba echando en el caldero sobre la lumbre. Tenía una de esas cocinas de hierro que empleaban los humanos, enormes y rudimentarias, y a las cuales había que alimentar el fuego cada poco para que no se consumiera. El elfo la observaba como si fuera una mariposa extraña en su hábitat, reconociendo que el calor que desprendía ese armatoste era verdaderamente agradable en el otoño tardío de Ventormenta.

La señora Peterson vivía justo debajo de su buhardilla, por que su buhardilla era parte de su casa, llevaba mucho tiempo sola, desde que enviudase y sus hijos construyeran sus vidas más allá del hogar materno, por eso le había parecido una idea agradable alquilar el viejo desván a los hermanos Hojalba cuando el elfo del pelo rubio fue a visitarla con tan entrañable descaro para proponerle un trato sobre el alquiler. Iranion ya conocía el nombre de todos sus hijos, y de todos sus nietos, sabía que era Francis, el menor de ellos, el que le traía las verduras de su propio huerto y el que había traído las hierbas especiales que estaba preparando en la lumbre. La señora Peterson rara vez dejaba de hablar, pero tenía el tono suave y dulce de las abuelitas de los cuentos y una risa agradable y cantarina, por eso a pesar del olor a naftalina y agua de flores a Iranion no le resultaba del todo incómoda su cháchara ni su presencia.

- No es casualidad que llamen Ventormenta a esta ciudad. El otoño es muy corto y el invierno entra casi sin que nos demos cuenta, a muchos nos pilla despistados.

Había preparado te, y volvió a servirle en la taza una vez hubo dejado el caldero y el agua con las hierbas cociéndose al fuego. Se sentó en el taburete frente a él y cogió su enorme taza con ambas manos, sonriendo con un brillo cálido en los ojos grises. Se alegraba mucho cuando bajaban a visitarla o a pedirle algo, y no era por que siempre le pagaran con más que generosidad la comida que preparaba para ellos, es que le gustaba sentir vida de nuevo en esa vieja casa.

- El lugar del que venimos no conoce el invierno, señora Peterson, y algunos no lo tienen en cuenta por la falta de costumbre.- Dijo arqueando una ceja con desdén mientras cogía la taza de té por el asa, educado y correcto como siempre. La señora le miró y ensanchó su sonrisa.- Mi hermano tiene un extraño complejo de anfibio, le gusta quedarse bajo la lluvia y calarse hasta el tuétano… cualquier día va a desarrollar agallas.

- No te preocupes.- Le dijo con suavidad tras soltar una risa franca, su mirada era brillante y animada, como si comprendiera a la perfección lo que estaba pasando y le inspirase ternura.- Solo tiene que guardar un poco de reposo. Le han funcionado las hierbas, ¿verdad?.

- Si. Aunque de noche le sube la fiebre de nuevo y… ¿está segura de que no llevan nada alucinójeno?... dice muchas cosas raras.

- No, no, claro que no. Eso es por la fiebre, el cuerpo está muy ocupado en sanarse y es como si dejase suelta a la mente, son normales los desvaríos y los delirios cuando se tiene muy alta. ¿Nunca te ha pasado?.

Iranion negó con la cabeza. Nunca había estado enfermo, y había evitado en todo lo posible relacionarse con personas enfermas, le ponían nervioso y le revolvían el estómago, así que era llanamente incapaz de comprender el proceso por el que estaba pasando su compañero y durante los dos días que llevaba en cama había pensado en miles de cosas, a cual más terrible, en las que podía desembocar ese estado de debilidad que Bheril se empeñaba en enmascarar con su actitud. Hasta se había levantado un par de veces para entrenar.

- ¿Es por el frío?.- Debió traslucirse algo de su inquietud al gesto, por que la señora Peterson volvió a sonreír y extendió una mano para estrecharle la suya.

- Tu hermano es fuerte, no te preocupes. Si guarda cama, bebe mucho y toma estas hierbas como te indiqué, volverá a estar sano como una manzana en unos días.

Iranion suspiró y destensó la mandíbula, bajando la mirada a la mano de la señora y arqueando una ceja. La apartó intentando no parecer brusco y dio un trago al té caliente.
- No es que esté preocupado. Es que me enerva que él sea tan despreocupado.

- Se nota que eres el mayor.- Dijo riéndose de nuevo. Iranion alzó el mentón.- Seguro que te hará caso en lo que le indiques, hay que cuidar un poco de ellos hasta que aprenden a cuidarse solos…

La señora esbozó una sonrisa melancólica y dejó su taza sobre la mesa cuando la tetera de las hierbas comenzó a pitar con insistencia. Iranion suspiró y se permitió coger su taza con ambas manos antes de dejarla junto a la de la casera. Tocaba armarse de paciencia para convencer a Bheril de que necesitaba la medicina aunque se encontrase perfectamente y los vómitos solo fueran fruto de “algo que le había sentado mal” entre sopa y sopa.

- En fin… gracias, señora Peterson.

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