sábado, 12 de noviembre de 2011

XVIII - La lluvia

La madera crujió, ofreciéndole una bienvenida que se le antojaba cálida y acogedora. Se había descalzado antes de entrar en la buhardilla, dejando las botas embarradas y la capa de lana empapada en el rellano. La calidez del suelo de madera había borrado por completo la sensación dura y fría de los mármoles de un pasado brumoso como un sueño. Iranion tomó aire al cruzar el umbral, llenándose del olor familiar de ese rincón. Su hogar poseía un perfume peculiar, una amalgama sutil de los aromas de aquellos que lo habitaban; notas de trementina y óleos, el olor de la madera añeja, de los aceites con los que Bheril limpiaba los filos de sus armas, las trazas metálicas que se entretejían con el perfume que exhala la tierra mojada en otoño y el hálito de las flores que ya dejaban caer sus pétalos sobre la mesa del salón, rosas y salviargenta.

Guardó unos instantes de silencio, en ese ritual con el que se desprendía del mundo banal que transcurría tras la puerta. La penumbra parecía titilar, y el sonido de la lluvia que había estado azotando la ciudad durante todo el día comenzó a diluirse, repiqueteando en una suavidad creciente sobre el tejado de tejas esmaltadas. No habría necesitado ver las botas empapadas tras la puerta, ni las marcas del agua sobre la madera para saber que su compañero había llegado antes que él, la cualidad del silencio era diferente cuando su presencia llenaba la estancia, no era espeso ni pesado, era un terciopelo cálido, un susurro constante como el ronroneo de un felino, distendiéndose bajo una quietud balsámica. Las armas de su compañero descansaban sobre la mesa, la capa y el jubón empapados vestían la mecedora en la que solía sentarse a leer Bheril. Frunció el ceño con desaprobación pero los reproches se le diluyeron en la garganta cuando volvió la vista hacia la cama, donde las sábanas y las mantas de lana lucían desordenadas y enredadas en el fardo acurrucado que sin duda era su compañero. La larga melena se derramaba sobre los almohadones, apelmazada por la humedad y con los bucles enredados, los pies le asomaban entre las mantas, desnudos y seguramente fríos como mármoles. Iranion suspiró y se acercó a tirar con suavidad de las mantas para cubrirlos, sentándose con cuidado en el borde de la cama mientras murmuraba los reproches entre dientes.

- Has vuelto a quedarte bajo la lluvia… y mira como lo estás dejando todo.

Mantuvo el aliento en los pulmones cuando acercó los dedos a los cabellos mojados para apartarlos de su rostro. La penumbra había dado paso en un tránsito inapreciable a los perezosos rayos del atardecer, que teñían el rostro y los cabellos del elfo dormido de dorado y azul al colarse por las teselas de la vidriera. Había sido Bheril el que había empujado la cama justo debajo de la ventana, una vez la visión de la prisión al otro lado de los canales se vio velada por ese árbol de ramas abiertas y hojas azules y doradas que decoraba la ancha vidriera. Le gustaba despertarse con las primeras luces del amanecer que pintaban de tonos cálidos y vibrantes esa porción de su pequeño reino y seguramente, como solía pasar, no era consciente del efecto que ese gesto tan falto de importancia, en apariencia, causaba en Iranion. Como le había pasado tantas veces, como si hubiera caído presa del hechizo de la luz y las sombras que acentuaban las formas del rostro de su compañero, Iranion parpadeó y volvió a la realidad cuando Bheril se movió bajo las mantas, lento y perezoso como un felino a la hora de la siesta. Apartó los dedos de su mejilla dando un suave respingo, pero frunció el ceño con extrañeza y los volvió a acercar cuando el elfo parpadeó y enfocó la mirada adormecida y brillante en él.

- Estás ardiendo.

- Hace calor. – Murmuró Bheril, y esbozó una sonrisa empalagada de sueño.

- No, no hace calor. Lleva días lloviendo y no te preocupas por abrigarte un poco. Esto no es Quel’thalas, llega el invierno y si no te p…

Se detuvo cuando le hizo callar con el índice sobre sus labios, con esa sonrisa tranquilizadora que solía emplear cuando las cosas comenzaban a poner nervioso a su compañero. Iranion le apartó la mano y se puso en pie, cruzándose de brazos con un gesto severo y ofendido.

- Ni se te ocurra levantarte.- Le espetó al verle hacer el ademán de apartar las mantas, y se volvió dirigiéndose al armario como si fuera a sacar de él las cuerdas para amarrarle. Bheril se acodó en el colchón y le observó, dejando escapar una risilla suave.- No sé de que te ríes, te estoy hablando en serio.

- Vale, tranquilo. No me levanto, pero no es para tanto, solo he cogido un poco de frío.

- Pues podrías quitártelo de encima cuando llegas a casa, seguro que te has acostado con los pantalones mojados. – Soltó sobre la cama la ropa plegada y un lienzo limpio y suave, señalándolos después con un ademán imperativo, como un príncipe esperando que el holgazán de su limpiabotas se ponga a trabajar.- Sécate el pelo, cámbiate y no vuelvas a moverte de entre las mantas.

- A sus órdenes, Señor.- Bheril sonrío e Iranion pareció enrojecer un instante de indignación cuando se llevó la mano al corazón en un saludo militar.

Aun escuchó su risa suave y franca cuando se dio la vuelta y se calzó los zapatos para salir en busca de algo que le bajara la fiebre al inconsciente de su compañero.

- Eres un listillo insoportable.

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