sábado, 12 de noviembre de 2011

XX- Un mal enfermo.

Los paneles cubrían gran parte de las paredes de la buhardilla. Ahora más que nunca parecía un estudio, olía a aceites y pigmentos y aunque el orden era metódico y casi compulsivo las cajas con los pigmentos y los estuches de los pinceles descansaban sobre varias mesitas. Tras el éxito del estreno de la obra en la casa de Lady Liona había sido la propia noble la que había vuelto a los talleres de Arnaudi y les había ofrecido la entrada en el proyecto de restauración y decoración de la catedral bajo la condición de que se pusiera al cargo del proyecto al maestro Hojalba, como ella misma le había llamado. Arnaudi enrojecía de ira a espaldas de la noble, pero besaba el suelo que pisaba y accedía a todas sus peticiones… al fin y al cabo, a pesar de que su inutilidad quedase más que patente, iba a llenarse los bolsillos con su nuevo “aprendiz”.

Cuando Bheril cayó enfermo, Iranion decidió traer parte del trabajo a la casa, y los rostros de los ángeles que ya comenzaban a formarse en los paneles de lo que pronto sería un retablo les observaban en ese periodo de vigilancia y convalecencia. Solo habían sido tres días, pero a Bheril comenzaban a pesarle como semanas, y aunque le agradaba ver a Iranion trabajar, estaba empezando a desesperarse… y él también tenía sus responsabilidades. Le miró de reojo, estaba sentado en un taburete alto, frente a un panel apoyado en un caballete, dándole toques suaves con el pincel pringado de blanco a una túnica vaporosa que cubría convenientemente las formas de un ángel con rostro femenino, parecía realmente enfrascado en eso, así que se deslizó fuera de la cama y caminó con cuidado de no levantar ruido hacia el armario.

- ¿Qué crees que haces?

Bheril suspiró y dejó caer los hombros, se había creído más sigiloso de lo que realmente era. Iranion siguió dándole toques a las sedas vaporosas sin dignarse a volver la mirada hacia él, con los párpados entornados y el gesto digno que era marca de su casa.

- Voy a cambiarme.

- Espero que no para salir.

- No, para ir al salón de música y tomar el té con los invitados.

- Ahórrate los sarcasmos, aun no estás para salir, y sigue lloviendo.

- Pues tengo una clase que impartir, Iranion, no puedo pasarme la vida ahí acostado, yo también tengo responsabilidades.

- ¿Con quien tienes el compromiso?

- Con Lady Liona, es importante que vaya.

- ¿Y por qué no has escrito para excusarte?

- Por que estoy bien y puedo ir. - Y como enfatizando lo que estaba diciendo, Bheril iba vistiéndose, con el pelo revuelto alrededor del rostro y los ojos brillantes, mirando a Iranion como si no entendiera la razón de sus quejas. Iranion suspiró con exasperación y se volvió para mirarle, señalándole con el pincel.

- ¿Pero es que te has visto?. No puedes salir así a la calle, y menos con esta tormenta. Vas a ponerte peor. Vuelve a la cama.

- No voy a ponerme peor, esto es una tontería… y no eres el único que tiene que cumplir con su trabajo, ¿sabes?.

- Iré yo mismo a excusarte. Vuelve a la cama.

- No necesito que me excuses, puedo ir yo a excusarme y tampoco necesitaba que te trajeras el trabajo a casa, Iranion, maldita sea. ¿No ves que estoy bien?. – Tiró de la correa para ajustársela, mirándole con un gesto airado. Iranion pareció envararse y le destelló la mirada con algo parecido al enfado, algo más serio que esa indignación que provocaban sus bromas. – Si sigo aquí un día más entonces si me pondré enfermo de verdad.

Cuando caminó hacia la puerta parecía realmente un lobo enjaulado, inquieto y ansioso por salir fuera de su jaula y correr. Iranion apretó los dientes.

- ¿Crees que estoy exagerando?

- Claro que exageras. Belore… no es más que un resfriado ¿vas a ponerme la perpetua por eso?.

Bheril se echó la capa de lana sobre los hombros y se volvió hacia su compañero con un gesto interrogativo y enfadado. Iranion le miraba con los brazos cruzados mientras estrangulaba el pincel con el puño cerrado. Cuando habló, empleó ese tono tenso de cuando uno está a punto de perder la paciencia, pausándose entre cada palabra.

- Vuelve a la cama.

- No me des órdenes como si fuera un crío, sé perfectamente lo que tengo q…

- ¡Basta!

Se detuvo en seco cuando iba a abrir la puerta. Jamás le había escuchado alzar la voz, el tono suave de la voz de Iranion se había convertido en un trueno repentino, es un estallido que le congeló en el sitio y le hizo parpadear de pronto, como si le hubiera zarandeado y le hubiera despertado de un sueño. El silencio se hizo por completo en la estancia, y parpadeó, apartando la mano del pomo de la puerta. Iranion nunca alzaba la voz, por tenso que estuviera, era difícil que perdiera la compostura, pero algo le estaba poniendo realmente nervioso y Bheril sabía exactamente qué era. Suspiró y se volvió, quitándose la capa y evaporando la distancia entre los dos, consciente de la preocupación de su compañero, y del sufrimiento que le estaba produciendo su despreocupación para consigo mismo. Cuando le quitó el pincel de la mano y tomó sus manos entre las suyas las sintió frías y tensas.

- Vale… vale. – Murmuró, y al fijar la mirada en los ojos de Iranion el enfado se diluyó en una chispa mortecina en sus iris encarnados.- Lo siento… me quedaré en casa.

Iranion parpadeó, se quedó quieto en el sitio mientras Bheril volvía a quitarse la ropa y se deslizaba de nuevo entre las sábanas, ocupando el lugar que no debería haber abandonado. Sonrío, sentado con las mantas hasta la cintura, como si la discusión en la que se habían enzarzado hacía escasos minutos jamás hubiera existido.

- ¿Qué tal se te da recitar mientras pintas?

- Tan bien como pintar mientras pinto.

Iranion arqueó las cejas y le miró, relajando el gesto y llenándose los pulmones de aire, no se había dado cuenta de lo tenso que estaba hasta que Bheril le agarró las manos y pudo relajarse. Se volvió de nuevo hacia el lienzo y se sentó sobre el taburete, con la espalda recta y el mentón elevado como si de un director de orquesta se tratase, y su voz, de nuevo suave y musical, comenzó a recitar mientras el pincel volvía a enredarse en las sedas vaporosas de los ángeles.

- En una noche pavorosa, releía inquieto un vetusto mamotreto cuando creí escuchar un extraño ruido, de repente, como si alguien a mi puerta tocase suavemente. “Es una visita impertinente” dije, “y nada más”.

Pronto se unió la voz de Bheril, tranquila, al reconocer el poema, sonriendo y acomodándose entre los almohadones mullidos.

- ¡Ah! Me acuerdo muy bien, era invierno, e impaciente medía el tiempo eterno, cansado de buscar en los libros la calma bienhechora al dolor de mi muerta Leonora, que habita con los ángeles ahora, ¡por siempre jamás!

En los días venideros no solo aprenderían nuevos versos, Bheril pudo comprobar que no era tan terrible permanecer convaleciente cuando se tiene pigmentos a mano y una gama extensa de azules con los que experimentar… por suerte, Iranion tenía muchos cielos diáfanos que pintar, en los que podría aprovechar el color que parecía obsesionar a su febril compañero, que no volvió a elevar una queja en lo que restó de su enfermedad.

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