martes, 15 de noviembre de 2011

XXII - Noches de Luna Blanca II

Cuando al fin cruzó el umbral, Bheril se encontraba de pie tras la puerta, con el ceño ligeramente fruncido y una expresión de serena preocupación. Se estaba anudando la capa al cuello y prácticamente se la arrancó cuando Iranion apareció y cerró la puerta, apoyándose en ella. La capucha le ensombrecía el rostro, el gris perla del tejido lucía oscuro sobre los hombros y la cabeza, empapado por la lluvia que había comenzado a caer con fuerza instantes atrás y los mechones blancos del cabello se le pegaban sobre el pecho, enredados. Le escuchó inspirar con fuerza y reprimió el gesto repentino con el que se estaba acercando a él, como si intuyera que cualquier movimiento brusco fuera a asustarle.

-Iba a salir a buscarte.

- Me he… entretenido. – Se esforzó en controlar su voz, evitando que la garra en su garganta la hiciera temblar. Tomó aire de nuevo, y el olor de tierra húmeda y tintes metálicos le alcanzó como una caricia, permitiéndole respirar con más facilidad. Quiso levantar las manos para apartarse la capucha del rostro pero reprimió el gesto, temeroso de que Bheril le viera.- No sabía la hora que era.

- No importa, has vuelto más tarde otros días. ¿Estás bien?.- Se había acercado, y se asomó bajo la capucha del elfo para intentar atisbar su expresión. Iranion fijó su mirada en esos océanos de tinta que eran los ojos de Bheril, sintió deseos de dejarse caer, de suplicarle que le agarrase y también de huir, de esconderse. Pero no hizo nada de eso, solo le miró, intentando mantenerse frío, racional y cuerdo. - ¿Iranion?

- Estoy bien. – Mintió y se sorprendió tensándose cuando Bheril acercó las manos a su rostro para quitarle la capucha. Parpadeó, la tensión se dibujó en su mandíbula cuando alzó el mentón en un intento por subrayar su afirmación.- He tenido que rascar parte de los frescos por que los aprendices han cometido un par de errores.

Bheril frunció más el ceño. Sintió sus dedos rozarle el cabello cuando volvió a alzar la mano, la otra la había apoyado en la puerta. Cuando Iranion quiso darse cuenta estaba demasiado cerca, podía notar el calor de su brazo al lado de su hombro, el perfume de su aliento y el olor que desprendían sus cabellos. Cerró un instante los ojos, imaginando la tierra mojada bajo sus pies, oscura, cubierta de un manto de hojas doradas, el bosque susurrando, protector, a su alrededor.

- Te has manchado.

Iranion asintió, sintiendo como el cepo se cerraba de nuevo en su garganta. Bheril deslizó el pulgar sobre su mejilla, intentando limpiar el surco carmesí de una gota de pintura. Lo hizo despacio, con delicadeza, mirándole a los ojos que cerraba con esa tensión contenida que tan bien conocía. Iranion levantó las manos, le intentó empujar, pero la fuerza murió en la punta de sus dedos, se cerraron sobre la tela de su jubón, temblorosos. Quería decirle que le asiera, quería decirle que siguiera tocándole, que siguiera hablándole, quería decirle tantas cosas que morían en su garganta que cuando consiguió articular palabra se sintió un embustero… y un loco capaz de sentir deseos tan opuestos.

- No me… no me toques, por favor. – Murmuró apenas. Y al abrir los ojos y parpadear soltó el jubón de Bheril, mirándose las manos sucias y aplastándose contra la puerta al intentar apartarse. – Te he manchado…

- No es más que pintura seca. – No se apartó, aunque dejó de tocarle, bajando la mirada a las manos de Iranion, que se apresuró en esconder. – No me has manchado, y si así fuera me daría igual. No has tenido un buen día.

Su voz sonaba suave, como el abrazo cálido del terciopelo. Apenas era un murmullo, la música delicada que se llevaba el miedo y la angustia. Iranion consiguió relajarse un ápice, en su mirada carmesí comenzó a diluirse la dureza y el frio de ese hielo falso con el que se cubría. Bheril seguía mirándole, en silencio, sin presionarle, sin intentar asediarle, con un poso de preocupación en los iris de azul profundo.

- Ya estás en casa.

Se apartó con suavidad y se inclinó, señalándole con un ademán tranquilo la mecedora en la que él solía sentarse a leer. Iranion tragó saliva y se despegó de la puerta, alzando la barbilla y caminando con su porte orgulloso y decidido. Cuando se sentó, Bheril desapareció tras la puerta del cuarto de baño. Por un momento sintió el impulso de levantarse e ir en su búsqueda, cuando la luz suave de las velas parpadeó, pero cerró los ojos y aspiró el aroma que reinaba en el ambiente, cerrando los dedos sobre sus propias rodillas. Cuando volvió a aparecer lo hizo con la jofaina repleta de agua humeante entre manos, se había soltado el pelo y los bucles de la melena le caían sobre el jubón. Iranion le observó, con una sensación cálida y espesa derramándose en su pecho, si cuando Bheril se arrodilló ante él y le tomó las manos para lavarlas con el lienzo húmedo y caliente se quedó sin respiración, no fue por el alambre de espino que instantes atrás le había rodeado el corazón y los pulmones, la mirada de Bheril y el tacto de sus manos lo estaban pulverizando.

- Hoy he estado en el barrio de los escribas. – Sonrió, mirándole mientras deslizaba el lienzo entre sus dedos, juntando sus manos entre sus manos anchas, grandes y protectoras.- Resulta que hay unos señores que escriben poemas por encargo. Sé que hay gente con poca imaginación pero… ¿Cómo vas a enviarle a tu prometida poemas de amor que no has escrito tu?... es absurdo, y muy poco sinc…

Bheril parpadeó y le miró con un gesto de sorpresa cuando le quitó el lienzo de entre las manos y colocó sus dedos sobre sus labios. El alivio se dibujó en su expresión cuando cerró los ojos un instante, antes de que Iranion se inclinase y enlazara sus manos con fuerza con las de él. Cuando volvió a abrir los ojos vio la expresión atribulada de Iranion, sabía que quería decirle algo, y también sabía que no lo diría… y como siempre dejó que su corazón le impulsase, incorporándose a medias para cerrar las manos en los cabellos blancos de su compañero y entregarle lo que sentía necesitaba.

En el beso profundo, entre los dedos largos y fuertes, mientras el agua cálida que era su tacto le limpiaba, Iranion sintió como si un bosque antiguo se cerrase sobre él, le cobijase en su corazón sereno y le arropase entre las ramas de un roble, velándole por completo la luz blanca que murmuraba, cerrándole el paso a los llantos y las súplicas, a los cantos y al revoloteo de las plumas blancas y los pasos descalzos.

Había conseguido volver a casa.

1 comentario:

  1. Aish... ¡qué bonitooo! Estos dos consiguen ganarse plaza VIP en el corazón de cualquiera.
    Gracias por los relatos, es todo un placer leer cosas de vuestros nenes <3

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