lunes, 14 de noviembre de 2011

XXI - Noches de luna blanca I

El goteo de la pintura sobre su rostro le hizo parpadear. El rostro incompleto de un ángel de temple le observaba con un brillo burlón en la mirada, pareció parpadear un instante cuando el resplandor suave de las velas titiló como si hubiera sido rozado por una brisa leve. Iranion se quedó mirando un instante los ojos profundos que le miraban desde ese otro mundo, tendido sobre la madera del andamio. Unos metros más abajo, en la nave central de la catedral, la oscuridad había ido avanzando paulatinamente hasta adueñarse de los rincones a los que no llegaban las luces de las velas. A pesar de la quietud y de las horas que habían pasado desde el último oficio, ascendía hasta la cúpula el murmullo apagado de una plegaría. El elfo se deslizó sobre la madera y se puso de pie sobre los tablones del siguiente nivel, donde los botes de pinceles y los saquitos de pigmentos se disponían ordenados, se sujetó a los tablones de los que acaba de bajar cuando se le nubló la visión y tomó aire despacio, dándose tiempo para acostumbrarse a la verticalidad. Su noción del tiempo se distorsionaba cuando se entregaba al arte, había pasado demasiadas horas tumbado, con la mirada fija en las bóvedas que poco a poco iban cubriéndose de cielos diáfanos y figuras aladas. Fue al cerrar los ojos cuando se volvió consciente de ese murmullo que había estado acompañándole, como el clamor de un río subterráneo o el zumbido familiar de las lámparas de maná que parece hacerse más evidente cuando estas son apagadas.

Se le anudó la inquietud en la garganta, sin darse cuenta había cerrado las manos en la madera, tan fuerte que las astillas le hicieron abrir los ojos al clavarse en su piel. Dejó de respirar, alzando la mirada a las bóvedas. La luz de las velas volvió a temblar, y esta vez si notó la caricia de la brisa fresca, rozándole el pelo y provocándole un estremecimiento. En el cielo de la bóveda parecían encenderse las estrellas, una a una, iluminando el azul profundo en el que flotaban. Algo se movió en el límite de su visión, un jirón de niebla y seda, y un suspiro provocó ecos en la oscuridad de la nave. El murmullo había cesado, pero en el silencio espeso y pesado podía escuchar el sonido claro de unos pasos, el roce de las telas al arrastrarse por el suelo. No estaba solo, hacía mucho que no lo estaba… ¿Cuándo lo estaba?.

- ¿Por qué no respondes…?- La voz apagada se elevó, se ahogó en un eco difuso entre las nervaduras de la bóveda. Iranion se sintió ahogarse, intentó mantenerse agarrado, como si soltarse le fuera a precipitar hacia el suelo, metros más abajo.

Pareció encenderse la luz tras las vidrieras, el orbe blanco y resplandeciente de la luna desplegaba su presencia, tiñéndose de azules profundos y púrpuras al derramarse desde las altas ventanas, deformando sus dibujos al ser proyectados hacia el mármol blanco del suelo. Y las estrellas seguían encendidas en un cielo que él mismo había pintado de sol radiante.

- Duerme… Deja que te cobije. ¿Por qué nos haces esto?. Este es tu hogar…

Conocía esa letanía. El eco ascendió de nuevo, primero como un lamento, y luego con las notas cristalinas de un canto triste y cargado de dolor. Sus dedos se soltaron uno a uno de la madera, cayó de rodillas sobre los tablones, temblando de contención, apretando los dientes en un intento vano por devolverse el raciocinio. Se oía a si mismo repetirse que estaba soñando, que nada era real, en murmullos atropellados y ahogados, y de pronto repetir el cántico extraño, colándose entre sus palabras, insuflándole aliento en los pulmones y el perfume intenso de las magnolias y la magia.

- Ven… ven… a través de abismos y océanos… ven… sobre las montañas… por grande que sea la distancia. Ven… a través de la sangre, a través de la noche.

La estructura tembló cuando se agarró de la escalinata de madera y comenzó a descender, con el corazón martilleándole en las sienes y una necesidad imperiosa de salir al exterior. Cuando sus pies tocaron el suelo, de nuevo un revoloteo de seda blanca se produjo en los límites de su visión, y la brisa fría le rozó los cabellos y le erizó la piel. Sus ojos escrutaban la penumbra salpicada de luna, buscando el destello plateado de otra mirada. Escuchó los pasos de los pies descalzos y un revoloteo de plumas blancas que escapan hacia el enorme pórtico.

- Ven… a través de los lazos que nadie puede romper… ven… ven hasta el alba…

Sus pasos resonaron, apresurados, repiqueteando sobre el mármol. Se estrelló contra el inmenso portón de madera, empujando con los antebrazos para abrir aquella barrera pesada que le separaba del exterior, de la noche y de la luz argenta, del aire que necesitaba respirar.

- …hasta el alba…

Algo se cerró en sus brazos como dos mandíbulas fuertes, tiraron de él y le estrellaron contra la madera. El dolor le mordió la espalda, se arremolinó como una nube de puntos de colores ante su mirada, sintió nauseas y la repentina debilidad del desmayo. Abrió los ojos todo lo que los párpados le permitieron y entre la bruma de destellos de colores el rostro anguloso y de ceño fruncido del guarda de noche le observaba con los dientes apretados y un brillo alarmado en la mirada.

- ¡Señor Hojalba! – Su voz se asemejó a un trueno, los ecos se repitieron y se deformaron mientras intentaba enfocar la mirada, reconocer el lugar donde estaba. Sentía ganas de vomitar. Las manos poderosas seguían inmovilizándole contra la madera. Le empujó con fuerza, apretando los dientes y haciendo un esfuerzo por no desvanecerse y caer al suelo.

- ¡No me toques! – Otro trueno, y los ecos de su propia voz deformándose, distendiéndose, vibrando. La furia que se había despertado en él de pronto bastó para que el humano retrocediera y le soltase. – No te atrevas a volver a hacerlo o te juro qué…

Reparó entonces en las manchas sobre la sobreveste del guarda, encarnadas y húmedas. El corazón se le aceleró de nuevo cuando bajó la mirada a sus manos, tenía los dedos mojados, estaba sucio hasta las mangas de un líquido de olor penetrante, espeso y rojo, como la sangre. Se volvió y destrabó la puerta, dejando tras de si al guarda mirándose el pecho con un gesto confuso. No vio las calles, ni los transeúntes con los que chocó y a los que apartó bruscamente de su camino en su carrera alocada.

Tenía que darse prisa, pero ante todo, no alzar la vista al cielo.

2 comentarios:

  1. ¡Wiiii, avalancha de entradas!

    Ha sido genial ver a Ira haciendo de enfermera porque el señor Bheril tiene complejo de anfibio y va tranquilamente por la lluvia xD Seguro que al final se pilla resfriados aposta para que le cuide y seguir trasteando con las pinturas.

    Deseando que publiques la segunda parte de "Noches de Luna Blanca"... *_* Desde principio a fin, me ha enamorado tu forma de describir toda la escena. A ver qué le pasa ahora al pobre de Iranion >.<

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  2. Ala!!! Menuda sorpresa me he llevado de ver comentarios por aquí. Lo cierto es que este blog lo escribo muy para mi y por llevar un archivito de hechos que considero importantes o me apetece escribir, pero es un gustazo ver que hay gente siguiéndote y que además les gusta!!! Jajajaja, solo espero que no sea muy enrevesada la cosa. Muchísimas gracias por comentar!!!

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