viernes, 10 de septiembre de 2010

I - El Jardín Secreto

Una aparición de velos blancos… pétalos que se abren a la noche y se dejan mecer por la brisa cálida y perfumada de un jardín en penumbra. En algún rincón murmura el agua de una fuente cristalina, corea con sutilidad a la voz de seda, que deja escapar las notas de una canción triste, temerosa de ser escuchada. Es una flor secreta, una magnolia blanca velada por el follaje de los espinos, a veces se abre en su celda y sueña con bailar a la luz de la luna, sueña con besar el sol desnuda y sin vergüenza. La hierba húmeda acaricia sus pies desnudos, el cabello se abre como un sinfín de sedas de araña, finas y resplandecientes, blancas como las perlas, cuando voltea sobre si misma y alza las manos al cielo, su perfume esparce en el aire el hechizo que solo ella sabe entretejer, convierte en sueño el suelo a mis pies, y la imagen etérea de su silueta es lo único real en este mundo que pierde sentido y substancia.

Es mi canción lo que brota de sus labios. Susurrante y dulce, su voz parece amplificarse en el pequeño claro, viene a besar mis nervios y deslizarse en mis entrañas. Las notas de nuestro poema, la llamada y la evidencia del conocimiento de mi presencia… ella siempre adivina mi mirada entre las sombras, aunque me alíe con el silencio. Canta para mi, baila para mi como un sueño hecho carne. Teje la tela y tira con suavidad, susurrando nuestros secretos, abriéndose a la luz de la luna y resplandeciendo entre los espinos. Me roba el aire cuando se acerca. El tacto imposible de los labios aterciopelados sobre los míos, la caricia que se cierra en mis manos y tira de mi hacia la luz, la humedad empalagosa de su boca que se abre como la fruta madura mientras el mundo comienza a girar alrededor, su cabello enredándose con el mío, la fuerza que nos une en el círculo mistérico que dibujan sus pies, son los hilos que dibujan su tapiz, son las manos con las que moldea mis anhelos.

Belore… no quiero escapar… quiero agazaparme por siempre en su celda, abrazado por los pétalos de mi flor secreta, en el jardín al que nadie puede acceder, donde los arcanos de su belleza solo a mi pertenecen, donde postro mi alma y me sacrifico en tributo a sus dones, donde solo obtendría aquello que merece.

La hierba besa mis rodillas, los velos me cercan y se me enredan, sus dedos de alabastro se deslizan sobre mis cabellos, los suspiros quedos se ahogan en el murmullo del agua, mi respiración entrecortada es la oración que repito mientras me hundo en el almíbar tibio de sus profundidades y su sabor se esparce en mi interior como un sinfín de caricias sutiles. Me entrego como un fiel ante su dios, ante la luz que insufló la vida en su carne, me deshago en alabanzas y mi rezo se vuelve fervoroso cuando su voz responde como el sonido de las olas ante de romper en la costa. Mis manos cerradas en los velos blancos, reclaman la comunión con la divinidad, mi cuerpo incapaz de contener la vida se tensa y vibra de necesidad… y son sus manos de alfarero las que me moldean, me guían a través de mis propios deseos, a través de sus velos hacia los dones voluptuosos de su anatomía.

Ninfa divina, estatua que cobra vida, musa que otorga el don de la inspiración, hogar de Belore y Elune, tu cuerpo es el templo sagrado donde se forman las estrellas, donde el primer destello desató la creación. Tu cuerpo es el útero de cada pensamiento hermoso, la matriz de la belleza que rebosa desde tus manos. Y me elijes para darme de beber, me elijes para rezar arrodillado ante tus altares, me elijes para bendecirme con tu misterio creador. Solo a ti me debo. Solo soy por ti. No me niegues los dones gozosos, nunca veles tu mirada de universos. Tus ojos están en mi y no consigo encontrar palabras para dar forma a mi agradecimiento.

El abrazo me estrecha. Su respiración se quiebra en la garganta, el sudor la hace resplandecer como a un hada en el pequeño claro. Una figura de plata y marfil que ha cobrado vida y se arquea flexible como un junco, respondiendo a mis plegarias, tirando de mis cabellos cuando la marea nos arrastra hacia la quietud de las profundidades de un lago cristalino. Flotamos juntos, enredados en sus velos, en la calma silenciosa de su templo.

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