viernes, 10 de septiembre de 2010

VI - El Jardín Desvelado

Labios abiertos… la miel se derrama por su garganta, saliva espesa que pega al paladar el sabor del aroma residual de las rosas. Liba con dedicación entre los pétalos abiertos de esa boca ávida de la que escapa el aire en un hilo entrecortado. La luna resplandece henchida, reinando en un cielo cuajado de estrellas al que ninguna nube enturbia, su luz se derrama sobre el jardín, sobre las fuentes y los canales que brillan como venas de plata, sobre los amantes que se enredan sobre la hierba y las hojas secas. De nuevo atrapado en sus velos, entre los brazos de la deidad que susurra sus misterios al firmamento. Las hebras de plata de sus cabellos son cadenas que se enredan en las muñecas del joven, el calor de su piel el refugio contra el frío exterior, su aroma la droga que le nubla la vista y le empuja a lo indecible, lo imposible… el pecado que se convierte en don entre sus brazos, el crimen transfigurándose en milagro cuando sus manos le brindan la bendición de su caricia. El aliento se condensa, el sudor resplandece como pequeños diamantes sobre las pieles de alabastro de los amantes, estatuas que cobran vida y se enredan, gimen, respiran y aman. Un espejo que se refleja a si mismo cuando fijan los ojos ardientes en los del otro, embrujándose, drenando la memoria de un mundo y un tiempo que no les pertenece ahora.

Solo la eternidad… solo la eternidad.

Apresa las delicadas manos contra la hierba. Sus velos son serpientes que reptan sobre la piel desnuda, tejen una suerte de tela de la que no desea escapar. Solo existe ella, ella y nada más, ella y sus profundidades ardientes, ella y su húmeda oscuridad, ella y su permisividad. Se hunde y vuelve a la orilla, como llevado por la marea de un mar embravecido, y en sus venas despierta el trueno lejano y sus ojos por un instante cegados por el rayo intenso ya no son capaces de observar el rostro de blancura irreal. El océano le engulle, el torbellino tira de él, le hace ascender, acelera la sangre en sus venas. Quiere hundir la lengua entre sus labios, abandonarse a la glotonería hasta que no pueda soportar más… pero sus labios no llegan a los pétalos abiertos.

Un tirón, la alarma llega antes que el dolor que lacera su cuero cabelludo. La fuerza inclemente le arranca de los brazos de su amante con violencia, le proyecta hacia el suelo. El corazón late desbocado, golpea con fuerza en los oídos y parece taponar la garganta cuando intenta respirar, el fuego nacido en la boca del estómago prende bajo la piel, no puede respirar y se siente desangrarse por dentro. Suaves pasos de hada se alejan en un revuelo de velos brillantes. Los ojos de Sahenion parecen los de un demonio. No es su padre el que vuelve a agarrarle del pelo y levantarlo sin esfuerzo, es un demonio, y por un momento es desgarradoramente consciente de que va a matarle.

-Tu… no eres mi HIJO.

El aire apenas transita a sus pulmones. Se agarra a la muñeca de su padre e intenta mirarle, hablar, aun sin argumentos para explicar lo que ha visto. La mirada carmesí de Sahenion duele más que los puñales, más que el golpe que estalla en su mejilla y le devuelve al suelo, donde sus manos solo pueden cerrarse sobre la hierba. No se defiende, tan siquiera alza el rostro cuando caen los golpes, no es peor el dolor ni el crujido de los huesos que la mirada carmesí y prendida de odio y desprecio de su padre. No es peor la sangre que le llena la boca que la vergüenza que anega sus sentidos, la rabia de no sentir el arrepentimiento que debería aflorar, la pesada pena de seguir odiándole aunque se haya descubierto como el traidor, el pecador.

- ¡Eres miserable e indigno de la sangre que corre por tus venas!.- Cerrar los ojos, morderse el nudo en la garganta. Ojalá no dure demasiado.- ¿Cómo has podido hacernos esto? ¿CÓMO?. No eres mi hijo.

Es una pesadilla. Sahenion no debía volver hasta meses después… no está aquí, es una mentira, una pesadilla terrible de la que debe despertar. Pero el dolor es real, la humedad de la hierba le moja el rostro cuando cae, incapaz de aguantar. La sangre salpica las flores, magnolias blancas que se tiñen de carmín. Y el hada que ha huido ya no canta, aunque tiene su voz resonando en los oídos.

Solo la eternidad…

- No hablarás a nadie de esto. Voy a mandarte con las divisiones que parten hacia Ventormenta. No mereces pisar la tierra que te vio nacer, ni siquiera debiste nacer. Levántate y desaparece. – Duele, como el infierno, como hundirse en el magma. - ¡Desaparece!

Como desintegrarse…

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