viernes, 10 de septiembre de 2010

VII - Reflejos

Las primeras gotas de la tormenta se estrellaron contra los cristales del invernadero. Las luces difusas del jardín hacían parecer estrellas fugaces a las lágrimas de lluvia que se deslizaban sobre el techo transparente, un universo oscuro donde estallaban galaxias y se desintegraban al son de una percusión irregular. Olía a tierra mojada y al perfume condensado de un sinfín de flores exóticas, Iranion las había estado observando durante largo rato desde que huyeran del bullicio de la fiesta. Había reconocido la totalidad de las orquídeas que se cultivaban en el orquidiario, y conocía las características de muchas de las flores que estallaban por doquier en la penumbra del invernadero. Le gustaba aquel lugar, Bheril lo sabía y le dejaba deambular entre los tesoros de su padre, que vivía ajeno a las visitas de los jóvenes a su particular Edén. Siempre acababan refugiándose en ese rincón silencioso y perfumado, a veces ebrios del licor y el maná que corría en las petulantes fiestas de los Hojazul, otras veces, como esta, buscando el amparo del silencio.

- No ha sido un accidente.

La voz de Bheril se alzó sobre el susurro de la lluvia, que se estrellaba con insistencia contra el vidrio como si intentase alcanzarlos. Iranion observó en silencio las extrañas amapolas del terrario ante el que se había detenido. Parecía un espectro teñido de cian, una presencia blanca que parpadeaba cuando la luz del exterior se colaba entre el ramaje de los árboles del jardín. Apenas se movía y mantenía un brazo doblado y oculto bajo la capa de bordados plateados. Pasó una eternidad hasta que negase con la cabeza, fijando la mirada orgullosa en los cristales. Bheril había visto el maquillaje en su rostro y no necesitaba ningún signo físico para reconocer las heridas que ningún artificio pueden cubrir, no en su compañero.

- ¿Alguna vez has sentido que no existes?

Bheril arqueó las cejas, chasqueó la lengua y negó con la cabeza, acercándose al elfo y apoyando los codos en el borde de piedra del terrario. Le observó a través del difuso reflejo del cristal.

- ¿Alguna vez has sentido tú que lo haces, Iranion?

Negó con la cabeza. El destello repentino de un rayo hizo desaparecer sus rostros del cristal, el jardín se iluminó un instante y el rumor de un trueno lejano rompió la monotonía del repiqueteo de la lluvia. Bajó la mirada a las amapolas, cuyo aroma narcótico le cosquilleaba en las fosas nasales. El corazón de las Damas Carmesíes era un potente narcótico, incitaba los sueños más dulces y su beso engañoso podía hechizarte para siempre. Pensó en dormirse arropado por ese perfume, y no despertar.

- No puedo más. Esta vida no es mía…

- Pues hazla tuya. Vive tu vida de una vez.

- No puedo. No es tan…

- ¿No es tan fácil? – Bheril se volvió para mirarle, sus manos se cerraron en los brazos de Iranion, le obligó a darse la vuelta para mirarle. El elfo apretó los dientes y contuvo el quejido cuando el dolor le atenazó el brazo roto, fijó sus ojos en los de Bheril, apretando los dientes.- Es tan fácil como elegir de una vez, Iranion. Elegir mirarte en tu maldito espejo y en ninguno más… el resto no son más que quimeras.

Estaba cerrando las manos con fuerza, sabía que le hacía daño, y tenía ganas de zarandearle y gritarle. No podía soportar esa actitud, no entendía la pasividad y la aceptación de su compañero y estaba viendo un brillo peligroso en su mirada, un brillo que le asustaba. Ya le conocía y entendía más los silencios entre sus palabras que aquello que brotaba de su boca. Era capaz de rendirse, lo sabía.

- ¿No te gusta lo que ves?. Cámbialo. Mírate con sinceridad de una vez y acepta lo que deseas. Acéptalo o acepta vivir toda tu vida como un fantasma, Iranion. ¿Quieres eso?.

- Suéltame.

- ¡Despierta de una vez!.- Le zarandeó, como si así pudiera arrancarle de la pesadilla de la que se había enamorado. Pero los ojos de Iranion se cubrieron de un frío incandescente que ya conocía. Era como golpear una roca, un témpano inamovible. Le frustraba. Le soltó, y el ímpetu casi hizo caer al pálido elfo, que se agarró del terrario para no venirse abajo, apretando los dientes al morderse el gemido de dolor. – Por una vez, piensa realmente en los demás antes de hacer ninguna gilipollez. A algunos nos gusta lo que vemos.

Los pasos se alejaron. El rayo volvió a destellar, el trueno ahogó el portazo y solo quedó el susurro de la lluvia y su canción monótona. Iranion fijó la mirada en las Damas Carmesíes que parecían sonreírle con sus pistilos. Las arrancó como justo castigo a su burla y observó el reflejo desvaído de su rostro en el cristal.

-Tan fácil como elegir…

Un revuelo de pétalos salpicó el suelo de rojo cuando los pasos decididos del elfo cruzaron la estancia y la abandonaron al silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario